La SS europea

$140.00

Author: Erik Arnald

Descripción

Los medios de desinformación se han empeñado en presentar a la Waffen SS como una banda de asesinos sedientos de sangre y a sus miembros no alemanes como despreciables traidores a la patria.

Sin embargo, Erik Arnal la presenta como un heroico ejército que luchó por una nueva concepción del mundo y de Europa en particular: ni criminales, ni mercenarios, ni traidores, los voluntarios de la Waffen SS, constituyeron los soldados revolucionarios que –superando el artificial marco del patrioterismo burgués – lucharon, con un heroísmo sin limites, por salvar la civilización occidental y fundar una Nueva Europa, comunitaria y libre, más allá del capitalismo envilecedor e inhumano de signo bolchevique o demoliberal.

Auténtico combatiente y protagonista de la trágica epopeya, el SS Untersturmführer Eric Arnald nos ha entregado con LA SS EUROPEA un documento fundamental para comprender la verdadera naturaleza del Ejército Europeo.

ÍNDICE

LOS ORIGENES

SOLDADOS POLÍTICOS

SANGRE Y SUELO

LAS «WAFFEN-SS» GERMANICAS

LAS «WAFFEN-SS» ARIAS

LA «WAFFEN-SS» PANEUROPEA

LA «WAFFEN-SS» MULTIRRACIAL

EUROPA EN BERLIN

INTRODUCCIÓN

En los años que precedieron la toma del poder, el N.S.D.A.P. disponía de dos organizaciones paramilitares: las «Secciones de Asalto» («Sturm Abteilung» o «S.A.»); y los «Grupos de Protección («Schutz Staffel» o «S.S.»). Como lo indican, por sus respectivos nombres, la «SA» había sido creada para la lucha callejera contra las brigadas armadas del Frente Rojo y la policía de la República de Weimar, mientras que la «SS», tenía como misión proteger a los jefes, las reuniones y los locales del Movimiento. Por supuesto, en esta primera fase del proceso revolucionario, la ofensiva era mucho más importante que la defensa y la SA desempeñaba un papel preponderante.

La situación cambió una vez alcanzado el Poder. Ya no había nada más que conquistar mediante la fuerza y por las armas. Por el contrario, ahora era imprescindible asegurarse la protección, no ya solamente del Partido, sino también del Estado; y, de modo más general, de la Revolución. La SA tuvo que ceder el paso a la SS, lo que algunos de sus jefes no aceptaron de buena gana.

Esta situación desembocó en la misma «Noche de los Cuchillos Largos», en la cual HITLER sofocó violentamente, con la SS, un conato de sublevación   encabezado por ROEHM, Gregor STRASSER y otros. Esto aseguró, de un modo   definitivo, la supremacía del «Cuerpo Negro» («Schwarze Korps»), dentro del Partido y del Estado. Supremacía esta tanto más efectiva en cuanto que HITLER confió además en el mando supremo de la policía, al mismo «Reichsführer-SS» Heinrich HIMMLER. De esta forma, la fuerza de seguridad del propio Estado pasó a depender de la sólida fuerza de seguridad del Movimiento.

Cuando Alemania, ante la guerra que visiblemente parecía se aproximaba, ya empezó a rearmarse, sólo contaba con ese ejército de cien mil hombres mal armados que el «Tratado de Versalles» le había permitido conservar. Pero, eso sí, serían cien mil hombres magníficamente instruidos, donde los meros soldados rasos tenían una preparación similar a la de un buen suboficial de otro país, y así habían sido seleccionados y bien formados, por el anterior gobierno democrático… Muchos oficiales, por otra parte, habían recibido su mejor instrucción en la Unión Soviética. Por más que se hubieran reincorporado oficiales y suboficiales de la Primera Guerra Mundial, casi todos rozando los 50 años de edad, la nueva «Wehrmacht» (Poder armado), encuadraba a muchísimos hombres cuya lealtad política era altamente dudosa. Fue el fundamental motivo que obligará a HITLER a crear la «SS»; como un ejército paralelo y muy fiel con el que pudiera contar en cualquier circunstancia: Las «Waffen SS» (SS armadas).

Y por cierto, no se trataba, ni de movilizar a los miembros de las «Allgemeine SS» (SS generales; es decir, la SS del tiempo de paz), indiscriminadamente, ni muchísimo menos, constituir con ellos una especie de «policía militar», sino por el contrario de formar un cuerpo de élite, que reuniendo una eficacia excepcional en el campo de batalla a un óptimo ímpetu ideológico (el derivado de su sincera identificación con el Nacionalsocialismo), sirviera como de «punta de lanza» para la entera nación armada. Semejante ejército sólo podía constituirse con voluntarios, pero duramente seleccionados en función de su biotipo, su concepción del mundo, su edad y ya tras ello, sometidos a un entrenamiento despiadado. Por eso, la historia militar de la Segunda Guerra Mundial, es una clara evidencia de lo que se logró en este campo. El enorme conflicto de 1939 apareció, en un primer momento, como otro más, del tipo clásico. Un «casus belli», provocado por la diplomacia inglesa en una frontera de Polonia; la declaración de guerra al «Reich» por parte de Gran Bretaña y Francia, fue en virtud del juego de sus alianzas y luego una campaña militar que opuso a los ejércitos nacionales de ambos bandos. El pacto de no agresión, firmado entre Alemania y la Unión Soviética, reforzaba esta impresión. El Japón, aliado de los países del Eje, mediante el pacto «Antikomintern», no se había movido. Los Estados Unidos tampoco habían intervenido. Aún, ni siquiera el ejército alemán, después de la campaña de Francia, había intentado cruzar el canal de la Mancha para ocupar una Gran Bretaña, ahora manifiestamente indefensa… Dicho con otras palabras, todo parecía indicar que Alemania combatía meramente para repeler una agresión provocada por la querella del corredor de Dantzig. Pero las cosas cambiaron cuando, el 22 de junio de 1941, se desencadenó la «Operación Barbarroja». La «Wehrmacht» se adentró en territorio soviético. Aquí, ya no se trataba de un «conflicto entre naciones» típico, que defendían o aparentaban defender sus   legítimos intereses, sino de un choque de bandos ideológicamente ahora bien   definidos: por un lado, los países demoplutocráticos, liderados por los   Estados Unidos, con su aliado marxista; por el otro, una Europa nueva y   revolucionaria, encabezada por Alemania. Ya resultaba difícil permanecer   neutral.

En casi todos los países del viejo continente entonces había desde tiempo antes de la guerra, movimientos o partidos que, por su doctrina, tenían   bastante en común con el Nacional-Socialismo alemán. Muy varios antisemitas, anticomunistas, anticapitalistas y antidemocráticos, aspiraban a establecer regímenes más o menos revolucionarios y a la vez, nacionalistas y socialistas.

Algunos de ellos -como los de Italia y España-, estaban el poder. Hasta, no sin reservas, se encontraban en el mismo bando que Alemania. Otros, como   Rumania con su «Guardia de Hierro», simpatizaban muy abiertamente con la   política de Berlín. Otros más, como Bélgica, con el «Rex», estaban tironeados entre dos diferentes lealtades, la territorial y la ideológica. Y no faltaban los que, en virtud de su nacionalismo, manifestaban un antigermanismo rabioso, y en especial la «Acción Francesa»; aunque cuya doctrina, vía Italia, había influido de modo marcado en el Nacional-Socialismo alemán.

Había, en fin, diferentes movimientos nacionales cuyas posiciones ideológicas no estaban aún claramente definidas, pero que aspiran a la independencia de sus países, sometidos a un poder extranjero que les oprime (el «V.N.V.» flamenco, en Bélgica; o la «Ustascha» croata, en Yugoslavia); y por eso no vacilarían en plegarse a los postulados doctrinarios de quienes les dieran la libertad.

Las inquietudes suscitadas por el «Pacto Hitler-Stalin», con los comprensibles escrúpulos nacionales, que paralizaban entonces a los movimientos y partidos del tipo nacional-socialista, en los países no aliados de Alemania, se desvanecieron en junio de 1941. Ya no se trataba de saber por dónde debía correr una frontera muy discutida ni, en los países que Alemania acababa de vencer, estar alimentando revanchismos militares de otra época sino de combatir todos reunidos y aceptando el liderazgo impuesto por la historia, contra el enemigo común y de echar así los cimientos de la futura Europa unida que pregonaba la propaganda alemana (a veces, no sin segundas intenciones, en estos primeros momentos). En toda Europa occidental (menos en Portugal, por las presiones de Gran Bretaña, y en Irlanda, por razones geográficas), los Estados o Movimientos crearon legiones de voluntarios que se pusieron a las órdenes del alto mando alemán. Simbólicamente, justo la primera de ellas fue la «L.V.F.» (o sea la «Legión de los Voluntarios Franceses contra el Bolchevismo»). Luego, no tardaron en constituirse las unidades formadas por los prisioneros de guerra soviéticos (pertenecientes a las diversas nacionalidades de la U.R.S.S.; sometidas por ella) muchos de los cuales se rindieron y habían entregado sin combate; precisamente con el propósito de alistarse en el Ejército Alemán. Así la «Legión Armenia», la «Legión Tártara» y varios regimientos de cosacos, etc., etc.; y ésto sin hablar de los ucranianos, como de los rusos propiamente dichos. Esto a pesar de las vacilaciones y, a veces, de la total incoherencia de las autoridades alemanas, que fluctuaban entre una «política de nacionalidades», que tendía a dividir el antiguo Imperio Ruso, y el apoyo a los nacionalistas panrusos del General  VLASOW… Mencionemos aún los «Schutzkorps», formados en Servia, pero con   rusos blancos, y donde se alcanzaron los efectivos de una división. De todas estas unidades, dos tenían, desde el punto de vista jurídico, un   estatuto especial, pues habían sido creadas por unos Estados soberanos: la   «Legión de los Voluntarios Franceses contra el Bolchevismo», y la «División   Azul» española. Las demás estaban constituidas en países ya ocupados por el   ejército alemán, y sólo dependían de este último. Pero este matiz en lo legal desaparecía en el terreno práctico; puesto que, todas resultaban incorporadas en la «Wehrmacht» como regimientos regulares.

Decir que el «O.K.W.» (Gran Estado Mayor Alemán), se alegró mucho de la   llegada de esos voluntarios extranjeros sería un neto abuso de palabra… Si la incorporación de los que hablaban algún idioma germánico no suscitó mayores aprensiones, no paso lo mismo con los franceses y los valones. El Alto Mando Militar Alemán era radicalmente pan-germanista, no nacionalsocialista; así, para él, la mera lingüística primaba, evidentemente, sobre la raza. No muy diferente, por otro lado, era la evidente actitud de muchos altos funcionarios del Estado e, inclusive, de altos jefes del Partido. ¿Cómo explicar, si no, que Alemania haya retenido, hasta el final no sólo a 2.500.000 prisioneros de guerra franceses, sino también a los mismos valones, cuando liberó de inmediato a los flamencos? La frase que se atribuía al General VON BRAUCHITSCH que por aquel entonces era comandante en jefe de la «Wehrmacht», sea la hubiera pronunciado o no, era: «¿Franceses?. Les haremos descargar bolsas de papas» y ésto reflejaba perfectamente la mentalidad imperante. ¿No había sido el reclutamiento para la «L.V.F.» concienzudamente frenado por la embajada alemana en París; e incluso solapadamente saboteado por el Servicio de Sanidad de la «Wehrmacht»?. Nada más comprensible, por lo demás. Porque todos los  oficiales superiores del ejército alemán, excombatientes de la Primera Guerra Mundial, sólo veían en esta Segunda una simple revancha patriótica. Y así, «Europa» no pasaba para ellos, de ser «un hábil falso invento del diabólico Dr. GOEBBELS».

No así, por cierto, el «SS-Reichsführer», Heinrich HIMMLER, que sí que creía en Europa. Una Europa, sin duda, bajo conducción alemana, pero una Europa federativa, y en la cual, cada comunidad de raza aria tendría los mismos derechos y obligaciones que todas las demás. HIMMLER en persona y muy de cerca, seguía la actuación de las legiones de voluntarios extranjeros y, en especial, de las que no pertenecían al «mundo de habla germana». Quedó estupefacto cuando comprobó el comunicado del Ejército Rojo: «En el río Bobr, unas unidades blindadas pertenecientes al segundo frente de Rusia Blanca han tropezado con la resistencia encarnizada de dos bravas divisiones francesas». ¿Dos divisiones francesas? ¡Tres compañías de la «L.V.F.» y que durante tres días, habían detenido el avance de todo un ejército!.

HIMMLER quería hacer a esta gran Europa. ¿Por qué no empezar con forjar un gran ejército europeo?. ¿Por qué no abrir las filas de las «Waffen SS» para todos los voluntarios, aunque no alemanes pero del mundo occidental, unidos por una raza, una civilización, y una historia comunes?. HIMMLER no ignoraba, por cierto, que iba a tropezar con muchas resistencias, en su mismo Estado Mayor. Con los escandinavos y hasta con los holandeses y flamencos, no había habido problemas: eran «especies de alemanes». Con los bosníacos, tampoco sería difícil: su país ya había formado parte del imperio austrohúngaro. Pero, ¿y con los ex-enemigos? HIMMLER no temía las resistencias y hasta estaba acostumbrado a quebrarlas… Decidió, pues, constituir la «brigada de asalto francesa». Ya hacía tiempo que Joseph DARNAND, jefe de la Milicia Francesa -una organización paramilitar ya creada por el mariscal PETAIN- se lo había pedido.

Un año va pasando, y desde ese mes de septiembre de 1943 que vio nacer la   «Sturmbrigade Frankreich», se constituyen otras más, rápidamente, como   unidades diferenciadas. Pero el gran cambio se da en 1944, como consecuencia del atentado contra el «Führer»… Altos jefes del ejército regular han tomado parte en la traición. Con ello, la «Wehrmacht» ya no es segura al «Reich».

HITLER sólo puede contar incondicionalmente con las «Waffen SS»; también con las unidades de no alemanes, pero voluntarios y que combaten por sus ideales nacionalsocialistas. HIMMLER rápidamente aprovechará la oportunidad: Presenta al «Führer», que lo firma sin vacilar, un decreto por el que pasan a la «Waffen SS» todas las unidades no alemanas de la «Wehrmacht», salvo las que se constituyen con voluntarios oriundos de la Unión Soviética, y para las que esta incorporación será selectiva. Se reagrupan, por nacionalidad, a elementos dispersos. Así se reúnen la «L.V.F.» (Regimiento 638, de la «Wehrmacht»), la «Brigada de Asalto Francia» con unidades de la «Milicia Francesa», replegadas en Alemania, en la llamada «División de Granaderos Blindados de las Waffen SS   Carlomagno». Inclusive, se incorporan en las «Waffen SS», unidades militares propias y procedentes de países antes aliados -Italia, Hungría, Rumania-, cuyos gobiernos han caído o vacilado.

A fines de 1944, al lado de dieciséis divisiones alemanas, la «Waffen SS», comporta tres divisiones de «Volkdeutsche» (son la «Prinz Eugen» o «VII División Alpina»; la «Maria Theresia» o «XXII División de Caballería» y la «Karstjager», «XXIV División Alpina), y diecisiete de otro origen: dos son predominantemente escandinavas (la «Wiking» o «V División Blindada», y   «Nordland» u «XI División Blindada»), dos croatas, formadas con musulmanes de Bosnia (la «Handschar» o «XIII División Alpina», y la «Kama» o «XXII   División»), una ucraniana («Galizien» o «XIV División»), dos letonas (la   «Lettland» o «XV División» y la «Latvia» o «XIX División»), una estonia   («Estland» o «XX División»), una albanesa (la «Skanderbeg» o «XXI 21º División Alpina»), tres húngaras (la «Hunyadi» o «XXV División», la «Hungaria» o «XXVI División», con? una tercera División en formación, sin nombre ni número oficial), una flamenca (la «Langemarck» o «XXVII División»), una valona (la «Wallonie» o «XXVIII División»), una italiana (la «Italia», como la «XXIX División»), una rutena (la «Sigling» -antes, denominada como la «Weissruthenien»-, o «XXX División»), una francesa, pero que incorpora, además, a miles de españoles de la «Legión Azul», producto de la «División Azul» o 250 División de la «Wehrmacht», tras desaparecer oficialmente la ayuda del régimen franquista al «Reich» (la «Charlemagne» o «XXXIII División»), y dos holandesas (la «Nederland» o «XXIII División» y la «Landstorm Nederland» o «XXXIV División»).

A esas grandes unidades, hay que agregar otras unidades que son igualmente de las «Waffen SS», como una «Brigada de Asalto», rusa-blanca; un «Batallón de Esquiadores», noruego; un «Batallón Servio», un «Batallón» de griegos, dos  «Batallones» de rumanos», dos «Batallones» de búlgaros, un «Batallón» de bretones, además de las «Legiones de Voluntarios Caucasianos», una «Legión Hindú» y numerosos «Einsatzgruppen» de muy distintas nacionalidades (y, a menudo, multinacionales). Sin hablar ya de las tres «Divisiones Montadas», de caballería cosaca que gozarían, en las «Waffen SS», de un estatuto especial y «sui generis».

Merece una mención aparte la gran «Sankt Kreuz» de polacos, una «Brigada»   (aunque en realidad un regimiento), y constituida por prisioneros, hechos tras la sublevación de Varsovia. Cuando se vieron abandonados a su suerte por los ejércitos soviéticos, detenidos y voluntariamente inactivos al otro lado del Vístula, muchísimos de estos combatientes polacos habían comprendido, en el último momento, cuáles eran sus peores enemigos y tras ello, como las «Waffen SS» les abrió sus filas, se encuadraron dentro de ellas y en ellas que lucharon hasta el final de la guerra.

A principios de mayo de 1945, justo antes del final, todas las unidades  militares del «Cuerpo Negro» contaban con alrededor de 400.000 combatientes; pero, de estos, más de la mitad no eran alemanes. Así, del millón de hombres que, a lo largo de la guerra sirvieron en las «Waffen SS», 400.000 eran alemanes del «Reich» y 300.000 «Volkdeutsche» (los «racialmente alemanes»), mientras que 300.000 pertenecían a otras naciones arias. Esto dicho en números redondos, sumamente aproximativos. NOTA.- La proporción existente entre solicitantes y admitidos a las «Waffen SS», no superó jamás al 10%; o sea, 9 de cada 10, no lograban ingresar en ésta élite.

Información adicional

Peso 250 g
Autor

Erik Arnald

Paginas

70

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