Politica y crimen

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Author: Joaquín Bochaca
Categoría: Etiqueta: Product ID: 1905

Descripción

Resulta curioso que, en una época como la actual, en que tanta afición parece haber por las encuestas y los sondeos de opinión, no se haya realizado, todavía, ninguna sobre la opinión que al público le merece la Política y los políticos en general. Por supuesto, cuando hablo de Política no me refiero a lo que es, en otras palabras, «arte de lo posible», «ciencia de realidades» y «actividad con relación al poder, y todo ello, evidentemente, orientado al bien común de la colectividad a cuyo frente se encuentran los políticos, sino a lo que practican la apabullante mayoría de individuos que se encuentran al frente de las principales naciones del Planeta. Esto -lo que se practica- es llamado política, de modo que tal es para el ciudadano medio, sujeto de las encuestas. Y si éstas se realizaran, sin pretender hacer de profetas, podríamos decir que, en un porcentaje apabullante, la gran mayoría de ciudadanos opinaría que la Política es un muladar y los políticos unos jabalís domesticados.

Quienes nos interesamos por el tema político -aunque sin hacer política, en el sentido actual de la palabra- sabemos que el Poder, objeto de la Política, no es ejercitado por los actores que aparecen en el escenario, sino por los guionistas que han escrito la obra y, tras estos, por los propietarios del teatro que pagan los servicios de éstos. Al fin y al cabo, tal dijeron Disraeli, Rathenau, Roosevelt, y otros personajes orfebres en la materia.

La realidad no tiene nada que ver con lo que nos cuentan los manuales de Historia. Hay Fuerzas que, actuando por medio de la presión ejercitada por los actores que el público cándido toma por personajes independientes, influyen -más aún, determinan- la acción. Pero, a menudo, ocurre que los actores se creen que, más que interpretar un papel, lo están viviendo. Y toman, o pretenden tomar, iniciativas personales, fuera del programa. Entonces, es cuando los empresarios del teatro deben llamarles al orden. Y como la Política -parafraseando a Clausewitz- es la continuación de la guerra por otros medios, y en la guerra, como en el amor, se dice que todo vale, que todos los medios son lícitos, entonces ocurre que esas llamadas al orden revisten unos caracteres que el ingenuo hombre de la calle no se imaginaría nunca. El está dispuesto a creer que la Política es una actividad básicamente -si no intrínsecamente- sucia, y los políticos unos hombres venales con las manos sucias de lodo, pero difícilmente creerá, salvo en casos aislados y extremos, que aquélla, en la práctica diaria, es intrínsecamente complicada y secreta, casi esotérica, y las manos de éstos están sucias, no sólo de lodo, sino a menudo, de sangre. Esto, además, dejando a salvo que quienes las gentes toman por ejecutantes de la Política no son más que meros ejecutivos.

Que la Política tiene amplias conexiones con el crimen sólo se admite, a título de excepción, es decir, de anécdota, cuando ocurre un atentado contra una figura pública. Cuando los periódicos hablan de ello y de la manera en que hablan de ello. No se cree -empieza por no saberse- que la concomitancia Política-Crimen es, en nuestra época y en las actuales circunstancias, tan fatal e irremediable como la relación lluvia- humedad.

Por supuesto, cuando empleamos el término «Crimen», lo hacemos en su acepción etimológica, la que nos da el Diccionario, es decir, «delito grave” siendo delito infracción» de la ley». Que la vida política mundial, en los últimos setenta años, está unida al crimen como una hermana siamesa a la otra, es un hecho innegable, y a la vez decisivo.

Una gran parte de la llamada Opinión Pública Mundial pareció quedar muy sorprendida cuando, hacia el año 1976, se empezaron a airear ciertos casos de asesinatos políticos. La causa principal fue la vasta publicidad concedida a los esfuerzos del Comité de Inteligencia del Senado de los Estados Unidos, a cuyo frente se hallaba el muy izquierdista Frank Church, del Partido Demócrata, por Idaho, que había estado investigando las actividades de la CIA. El público fue sometido a las trémulas y jadeantes reconvenciones del Senador, ante la posibilidad -nunca demostrada- de que las ultrasecretas actividades de la masivamente financiada y globalmente dispersa agencia de «superespías» durante los mil días de la Administración Kennedy incluían tentativas de asesinato del peón soviético en el Hemisferio Occidental, Fidel Castro. Por cierto que, como era de esperar en un político de su cuerda, el Senador Church no demostró gran interés en aclarar los entresijos del asesinato del propio Presidente Kennedy, lo cual implicaba, por lo menos subconscientemente, que éste no había sido más que una consecuencia de las actividades precedentes de la C.I.A. El público ya había olvidado que nada más conocerse la noticia de la muerte de Kennedy se acusó formal y oficialmente a la llamada «extrema derecha» e incluso estuvo detenido, durante unos días, el general Walker, uno de sus líderes naturales. Luego se cargó el mochuelo a un psicópata, comunista notorio, llamado Oswald, que fue convenientemente silenciado por un gángster dueño de un cabaret, Jack Ruby (a) Rubinstein. Este asesinó a Oswald de un disparo a bocajarro, y ante las cámaras de televisión, para que todo el mundo lo viera. Así quedaba silenciado Oswald. Ruby fue a la cárcel, donde en pocos meses se le declaró muy oportunamente un cáncer, que le llevó a la tumba en un tiempo record. Posteriormente, el informe Warren dejaba el caso oficialmente aclarado . Pero luego se involucró a la Mafia en el asunto, y se produjo el misterioso y doble asesinato de dos figuras de la Mafia que, según se dijo, habían estado involucradas en una tentativa de asesinato de Castro, que les había expulsado de Cuba donde eran muy influyentes en tiempos de su predecesor, Batista.

Para acabar de redondear conceptos, el entonces gobernador de California, Ronald Reagan, en una de sus intervenciones televisivas, dijo que los «pro-castristas» eran seguidores de Adolf Hitler, que había introducido el asesinato político en la escena de la política mundial. Esto indicaba que los que preparaban los discursos del gobernador y futuro Presidente de los Estados Unidos desconocían totalmente la Historia, incluyendo la de los tiempos más recientes. La realidad demuestra que el régimen de Hitler no participó en asesinato alguno, sino que, muy al contrario, antes y durante la II Guerra Mundial, fue objeto él mismo de un cierto número de atentados criminales, incluyendo los fracasados atentados contra el propio Führer de 1939 y 1944.

Lo que los «negros» literarios de Reagan debieran haber hecho -en caso de que sintieran el mínimo interés por la verdad histórica- y más teniendo en cuenta su pedigree como «conservador” fue proporcionarle los numerosísimos datos de que se dispone sobre los asesinatos cometidos por las diversas agencias de la Unión Soviética, desde la Cheka hasta la KGB que, desde hace mucho tiempo, han elevado el asesinato político al nivel de una ciencia casi exacta. Entre tales asesinatos debe incluirse los repetidos cargos de maquinados «suicidios», generalmente relacionados con sorprendentes caídas desde ventanas de altos edificios o disparos asestados por el propio suicida en la nuca (?). Otro sistema ha sido el rapto y consiguiente desaparición permanente de las víctimas, un medio menos sensacional pero igualmente efectivo de suprimir a estrepitosas o «no-cooperadoras» figuras públicas comunistas de una u otra clase, incluyendo a tránsfugas y desertores.

Información adicional

Peso 130 g
Autor

Joaquín Bochaca

Paginas

68

Pasta

Blanda

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