Descripción
INTRODUCCIÓN.
Un día sonó el teléfono y tras descolgarlo alguien que se llamaba Dommergue Polacco de Menasce, judío de Paris, tenía interés en hablar conmigo. Quedamos para una entrevista personal en Sitges, Barcelona, donde se encontraba de vacaciones en el verano del 89. El camarada Andreu me acompañó y ayudó con su dominio del Francés. Cuando llegamos y traspasamos el umbral, nos encontramos al señor judío ante su piano, tocando hermosas piezas de Chopin de forma envidiable, tras las ventanas, abiertas de una glorieta con vistas al jardín de una hermosa casa. La primera impresión, fue, pues, estupenda. Pronto nos presentamos y entablamos conversación. El señor Dommergue, de cultura y modales aristocráticos – no en vano procede de una rica familia judía francesa – nos expuso sus tesis, sus opiniones. Estaba claro que aquel discurso político histórico era más propio de un «antisemita» que de un judío «químicamente puro». Los toques científicos de su exposición -es especialista en naturopatía, medicina natural, psicología y director del instituto Alexis Carrel de Parísdaban aún mayor seriedad a su teoría, que escuchábamos incrédulos, en parte por lo desconocido del tema (referente a la importancia de la circuncisión judía en el octavo día del nacimiento sobre la psicología del «pueblo elegido») para nosotros absolutamente nuevo y en parte por proceder de quien procedía, pues no en vano hemos heredado dos mil años de desconfianza hacia sus congéneres. Nuestra memoria genética estaba en guardia. Pero pronto recordamos otros judíos que como el señor Dommergue, habían roto una lanza contra la mentira del «Holocausto» y por tanto, se quiera o no, estaban en favor de Hitler. Aldo Dami fue uno de los primeros con su libro «Le dernier des Gibelins» (El último de los Gibelinos). Este judío francés fue seguido por otro judío alemán, Josef F. Burg «Schuld und Schicksai» (Culpa y destino), uno de los numerosos libros que dedicó a desenmascarar a sus congéneres del sionismo mundialista, hasta su reciente fallecimiento en 1990, después de vivir durante años escondido en asilos de Munich para evitar la venganza del Mossad que seguía sus pasos. Frau Ederer, que corría con la tarea de editar sus libros, me explicó una tarde las aventuras y desventuras de este típico judío askenazi, con el que me había organizado una entrevista antes de que, lamentable y curiosamente, falleciera primero ella y muy poco tiempo después el mismo Burg. Pero se encuentra también la señora Esther Grossmann, actualmente residente en Holon (Israel) que tuvo la valentía de escribir, como internada en Auschwitz y Buchenwald que fue: «Y como la verdad es indivisible, he de decir también que en aquellos años difíciles encontré la ayuda y el consuelo de varios alemanes y que no he visto ninguna cámara de gas ni oí nada sobre ellas – mientras estuve en Auschwitz – sino que supe de estas por vez primera después de mi liberación. Por eso entiendo las dudas tan a menudo expuestas actualmente ~ y considero importante realizar un examen definitivo, pues solo la verdad ~ puede ayudarnos a entendernos mutuamente, ahora y en las generaciones futuras». (7/2/1979/ Deutsche Wochenzeitung). Estas palabras tienen importancia capital, tratándose de alguien que vivió en carne propia aquellos años duros de guerra y formaba parte de uno de los pueblos contendientes, y no el que menos, en esos días aún ante un dudoso futuro. Podríamos continuar con el doctor Benedikt Kautsky, judío y prominente político socialdemócrata, autor del programa de la social-democracia austriaca, preso durante siete años en los campos de Auschwitz y Birkenau, quien afirma en su libro «Teufel und Verdammte» (Suiza, 1945): «Estuve siete años en los grandes KZ alemanes. En honor a la verdad he de decir que jamás encontré en ningún campo de concentración una instalación de cámaras de gas». Y siguiendo esta para algunos sorprendente lista nos encontramos con Dommergue Polacco de Menasce, judío, francmasón, luchador en la resistencia contra la ocupación alemana… Pero Dommergue no ciñe su trabajo únicamente a desmentir la fábula del «Holocausto». Va más allá. Realiza una crítica demoledora de los fundamentos y consecuencias del sistema judeo-capitalista internacional, y se enfrenta valientemente a toda la coyuntura farisaica de los Picasso, Armand Hammer, Marx, Freud, Kissinger, etc. Con la característica lógica de la cultura francesa, Dommergue analiza el modo de vida que se ha impuesto en Occidente, donde la juventud zombi marcha en filas interminables con el mismo tabaco y los mismos «Levi’s», comiendo las mismas Hamburguesas, absorbidos por las discotecas para torturarse oídos y neuronas con una «música» imposible. Dommergue inicia el contraataque apoyándose en unas críticas estúpidas contra el gran filósofo alemán Martín Heidegger – por otra parte miembro del partido nacionalsocialista – realizadas por los intelectuales de moda en Francia, que se atrevieron a afirmar sin ruborizarse y con gran orgullo mental, que «Heidegger era culpable del Holocausto, puesto que no dijo nada sobre el tema». Dommergue concluye tan simple como lógicamente que Heidegger nunca dijo nada sencillamente porque no había nada que decir. Nuestro judío dedica todo un párrafo a demostrar lo indemostrable, esto es, la furibundez anti-cristiana de Hitler, quien odiaría, según esta versión toda idea de redención y amor evangélico. Aquí cabe apuntar dos cosas. La primera es que si hubo alguien en el III Reich que compartía la concepción cristiana de la vida y la religiosidad de los creyentes, ese fue Hitler, quien después de pasearse cuatro años de guerra con los Evangelios y un libro de Arthur Schopenhauer por todo el frente, deja constancia en el punto 25 del programa del NSDAP, que el nacionalsocialismo se fundamenta sobre el cristianismo positivo, cita al Todopoderoso en prácticamente cada discurso de importancia, implorando su ayuda o agradeciéndoselo todo. Hitler toma el poder el 30 de enero de 1933, y en el primer discurso como Canciller, el 2 febrero, dice taxativamente que el nuevo estado ve en el cristianismo y en la familia los dos pilares básicos para la educación del pueblo alemán. No es este el lugar para demostrar la colaboración alegre de la Iglesia con el gobierno nacionalsocialista, a pesar de ciertas críticas oficiales de tipo accesorio, y una serie de dudas cuya mayor parte se asientan en pormenores. La segunda consideración que hemos de hacer, sin duda es que resultaría demasiado pretencioso desear la conversión de nuestro judío no solo al Hitlerismo sino también al Catolicismo. Bastante es, a mi entender, que decida hacer frente a la coalición mundial de mentirosos profesionales arriesgando lo que no tiene ninguna necesidad de arriesgar e impulsado, al parecer, por un simple deseo de decir la verdad. Felicitemos pues al autor de este texto y juzgue, cada cual por si mismo leyéndolo con interés.
Pedro Varela.
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