Descripción
Filipinas, Guadalcanal, Rabaul, Iwo Jima.
… Aquí se presenta la historia de las más grandes
batallas aéreas de la guerra en el Pacífico, narradas desde el punto de vista japonés.
Saburo Sakai, el mayor as de la aviación de caza
nipona que sobreviviera al conflicto, voló al servicio del Emperador del Sol Naciente desde los tempranos días en que el caza Cero hacía valer su superioridad en el aire hasta los momentos culminantes cuando los grandes bombarderos B-29 surcaban los cielos de Japón para arrasar sus ciudades más importantes.
Esta es la historia de la guerra aérea tal como la
vivieron los japoneses que combatieron en ella,
enfrentando a los mejores pilotos del Ejército y
la Marina de los Estados Unidos en la Segunda
Guerra Mundial.
PRÓLOGO
Saburo Sakai llegó a ser una leyenda viviente en el Japón de la Segunda Guerra Mundial. Sus hazañas eran el comentario de todos los pilotos de su tiempo.
Sakai fue objeto de verdadero aprecio, y gozó de una singular reputación entre los pilotos de guerra: de todos los ases de Japón, Saburo Sakai es el único piloto que nunca perdió un piloto escolta en combate; una característica extraordinaria para un piloto que tomó parte en más de doscientos combates aéreos. Esto explica la feroz competencia, a veces lindante con violencia física, que se desataba entre sus camaradas pilotos por volar junto a él en sus flancos.
Su personal de mantenimiento también le prodigaba admiración. Era considerado un alto honor ser asignado como mecánico del caza Cero de Sakai. Entre el personal de tierra, se afirma que durante sus doscientas misiones de combate la habilidad de Sakai fue tal que nunca sobrepasó la pista en un aterrizaje, ni nunca capotó o estrelló su caza a pesar de regresar con severos daños en el avión, heridas en su cuerpo, o de tratarse de misiones nocturnas.
Saburo Sakai padeció heridas atroces y un sufrimiento cercano a la agonía durante la batalla aérea en Guadalcanal, en agosto de 1942. En esa ocasión, y presentando a causa del combate lesiones que le paralizaban el brazo y la pierna de su lado izquierdo, comprometida la visión de su ojo izquierdo y enceguecido su ojo derecho, con afilados trozos de metal clavados en su pecho y espalda, y con importantes fragmentos de dos proyectiles calibre .50” en su cráneo, se esfuerza pese a todo por retornar a Rabaul en su caza averiado. Este hecho representa sin duda uno de los más grandes episodios épicos de la lucha en el aire, y considero se tornará legendario entre los aviadores.
Estas heridas hubieran bastado para poner fin a los días de guerra de todo combatiente. Pregunten a cualquier aviador veterano sobre las gravísimas dificultades que enfrenta un piloto de guerra con su visión reducida a un sólo ojo. Especialmente, si debe a continuación retornar al escenario de combate en un caza Cero repentinamente obsoleto ante la aparición de los nuevos y superiores cazas americanos “Hellcats”.
Luego de largos meses de angustia física y mental, atormentado por la idea de no poder retornar a su primer amor, el vuelo, Sakai nuevamente se une a la contienda. No sólo reafirma sus cualidades de piloto, sino que abate cuatro aviones enemigos más, llevando su marca personal a un total de sesenta y cuatro derribos confirmados.
Sin duda, el lector se sorprenderá al saber que Saburo Sakai nunca recibió un reconocimiento por parte de su gobierno en forma de medallas o condecoraciones. El otorgamiento de medallas o menciones honoríficas era desconocido para el piloto japonés. El homenaje era rendido solo póstumamente. Mientras que los ases de las demás naciones, incluídos los EE. UU., eran honrados con largas filas de medallas y coloridos galones entregados en solemnes ceremonias, Saburo Sakai y sus compañeros pilotos volaron en interminables combates sin siquiera eperimentar la satisfacción de tal reconocimiento.
La historia de Saburo Sakai nos permite por primera vez observar la intimidad del “otro bando”. Aquí estan expuestas las emociones de un hombre, un “enemigo” de tiempos pasados, expresadas con total transparencia para ser vistas por nuestra sociedad.
Sakai representa a una clase de japoneses a quienes nosotros, en los Estados Unidos de América, poco conocemos y menos aún comprendemos. Se trata de los célebres Samurai, guerreros profesionales que dedicaban sus vidas al servicio de su país. Ellos habitaban un mundo aparte, aún para sus propios connacionales. Ahora, por primera vez, Uds. lectores podrán conocer los pensamientos, compartir los sentimientos y las pasiones de los hombres que hicieron posible el liderazgo de Japón en el aire.
Al escribir este libro, tuve la oportunidad de conversar con varios de mis amigos pilotos, quienes volaron nuestros aviones de caza en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Ninguno de ellos reconocía en los pilotos japoneses a los que enfrentaba a otro ser humano, se trataba simplemente de seres desconocidos, extraños.
Y lo mismo representaban nuestros pilotos norteamericanos para hombres como Sakai.
“¡SAMURAI!” contribuirá para observar lo que fue la guerra aérea en el Pacífico desde un nuevo ángulo. La propaganda bélica de entonces por parte de los Estados Unidos distorsionó la imagen del piloto japonés hasta convertirlo en una caricatura irreconocible: un hombre que se movía con poca agilidad en el aire, que poseía una visión deficiente, y que se mantenía en vuelo sólo por la gracia de Dios.
Esta imagen absurda resultó fatal en demasiadas ocasiones. Saburo Sakai fue tan prodigioso en el aire como los mejores pilotos de cualquier nación; y se halla entre los más grandes de todos los tiempos. Sesenta y cuatro aviones cayeron frente a sus armas; y de no haber sido por sus graves heridas, de seguro la cifra hubiese sido mucho más alta.
La actuación y el coraje de nuestros hombres durante la Segunda Guerra Mundial no requiere explicaciones. Tuvimos, como todos, nuestra cuota de grandeza y nuestra cuota de mediocridad. Sin embargo, muchas de nuestras pretendidamente documentadas “victorias en el aire”, no pasan de ser meras conquistas sobre hojas de papel.
Uno de esos casos es el de la celebrada historia del heroico capitán Colin P. Kelly, Jr. El lector hallará de no poco interés la versión de Sakai acerca de la muerte de Kelly, ocurrida el 10 de diciembre de 1941, la que se relata en estas páginas. La historia tejida en torno a su muerte, respecto a que atacó y hundió el buque Haruna, que se enfrentó a hordas de aviones enemigos y realizó un picado suicida contra el navío japonés, acciones por las que mereciera entonces la Medalla de Honor del Congreso, resulta errónea. Y se debió a las imprecisiones en los reportes de combate durante las hostilidades, y al febril deseo del pueblo norteamericano de hallar un “héroe” luego del ataque a Pearl Harbor.
Al momento del referido ataque en que participara Kelly Jr., el Haruna se encontraba al otro lado del mar del Sur de la China, actuando en apoyo a la campaña japonesa en Malasia. No había ningún buque de guerra japonés en las Filipinas en aquellos días. El navío que Kelly atacó, aunque sin acertar, según Sakai y los pilotos que volaban cubriendo la embarcación, fue un crucero ligero de 4.000 toneladas, de la clase Nagara. El ataque de Kelly había finalizado ya, y su avión se disponía a huir del área sin siquiera haber sido descubierto por el enemigo. No realizó un picado suicida sobre el buque, sino una pasada de bombardeo desde 22.000 pies, tras la cual fue luego derribado por Saburo Sakai cerca de la base de Clark Field, en las islas Filipinas. A Kelly no le fue concedida la medalla de Honor del Congreso, sino la Cruz de Servicio Distinguido.
Es irónico y perjudicial para la memoria de este joven y promisorio oficial, Colin P. Kelly Jr., que no se lo recuerde por su verdadero acto de valor que constituye el legado para su hijo: Kelly y su copiloto ofrendan la vida permaneciendo en los controles de su bombardero en llamas, con el fin de que el resto de la tripulación pudiera abandonar en paracaídas el averiado bombardero y lograra sobrevivir. Este acto representa su verdadero sacrificio.
Para obtener los registros completos y el relato personal de Saburo Sakai, Fred Saito compartió con él cada fin de semana por un período de casi un año, indagando en el pasado de lucha del más eminente as del Japón aún con vida. Luego de la guerra, y tan pronto como las condiciones se le permitieron, Sakai redactó extensas notas sobre sus experiencias de guerra. Estas notas, a las que se sumaron miles de preguntas realizadas por Saito, un experimentado corresponsal de Associated Press, permitieron recrear la historia personal de Sakai.
Saito investigó a continuación en miles de páginas de los reportes oficiales de la Marina Imperial Japonesa. Recorrió las islas del Japón para entrevistar a decenas de pilotos y oficiales sobrevivientes, a fin de contrastar y corroborar en detalle los relatos efectuados por estos hombres. Personal de todos los rangos militares fue consultado, abarcando desde alistados como técnicos de mantenimiento hasta almirantes, con el fin de obtener este registro legítimo. En ese sentido, algunos relatos de combate de Sakai han sido omitidos debido únicamente a no hallarse en los registros oficiales japoneses y/o norteamericanos la documentación que los respaldara.
De especial valor resultó el diario de guerra del capitán (R) de la aviación naval japonesa Masahisa Saito. El capitán Saito, quien comandó el Ala de Lae, llevó un detallado registro de las operaciones mientras prestó servicio en esa área. Tratándose de un diario personal, y por lo tanto no escrito para ser elevado al Cuartel General Imperial Japonés, Fred Saito y yo, consideramos que se trata del más valioso documento de la guerra aérea en el Pacífico.
Puede considerarse un error humano el que los oficiales al mando, por momentos, no reportaran a los cuarteles en la retaguardia cada dificultad que se les planteaba en su experiencia diaria en el frente de batalla. Esto fue particularmente frecuente dentro en la Marina japonesa. El diario personal del capitán Saito, por ejemplo, presenta un listado detallado del número exacto de aviones japoneses que regresaban o nó de sus casi diarias incursiones sobre Nueva Guinea. Este registro, en ocasiones, contradice por completo los abultados reclamos de derribos de muchos de nuestros pilotos. El capitán Saito sobrevivió a la guerra, y las largas entrevistas llevadas a cabo con él, resultaron de un valor incalculable para este libro.
El ex-comandante de aviación naval Tadashi Nakajima, a quien el lector habrá de encontrar también en las páginas de este libro, revista actualmente con el grado de coronel en la nueva Fuerza Aérea de Japón. Con él compartí numerosas horas, las cuales proveyeron a varios de los pasajes más interesantes de este libro. De gran ayuda resultó también el general mayor (anteriormente capitán de aviación naval), Minoru Genda, quien comandara el Ala donde prestara servicio Sakai durante el último período de guerra. Al momento de escribirse este libro, Genda es el único oficial general japonés con el rango de piloto de caza al mando de un jet, contando en su haber numerosas horas de vuelo en aeronaves como el F-86 “Sabre”.
También estamos en deuda con coronel Masatake Okumiya, actualmente Jefe de Inteligencia del Estado Mayor Conjunto del Japón. El coronel Okumiya, uno de mis coautores en los libros “¡CERO!” y “EL CAZA CERO”, es entre los oficiales japoneses quien ha participado en más combates aeronavales, y en el último año de guerra comandó la fuerza aérea de defensa del territorio metropolitano japonés. Por su intermedio logramos acceder a los archivos del desaparecido Ministerio de Marina Imperial del Japón.
Creo importante detenerme aquí para hablar sobre la actitud de Sakai respecto de ser considerado actualmente el mayor as con vida del Japón. Él considera simplemente una cuestión de buena fortuna el hecho de haber sobrevivido a las devastadoras batallas aéreas que tuvieron lugar a partir de 1943, cuando la guerra ya se inclinaba desfavorablemente para Japón. Muchos otros ases japoneses como Nishizawa, Ota, Takatsuka, Sugita, y demás, lucharon hasta que las implacables condiciones de combate acabaron con sus vidas.
Este es el propio testimonio de Sakai de posguerra:
“En la Marina Imperial Japonesa aprendí sólo un oficio: cómo operar un avión de guerra y matar a los enemigos de mi patria. Lo hice por casi cinco años, en China y en el Pacífico. No conocí otro tipo de vida; fui, simplemente, un guerrero del aire.”
“Con la rendición, fui expulsado de la Marina. A pesar de las heridas sufridas en el frente y de mis largos años de servicio, no hubo posibilidad de una pensión. Nosotros éramos los vencidos, y las pensiones o subsidios por discapacidad eran percibidos sólo por los veteranos del país vencedor.”
“Las leyes dictadas por la ocupación me prohibieron aún sentarme al control de un avión, sin importar de qué tipo se tratara. Durante los siete largos años de la ocupación de Japón por los Aliados, desde 1945 a 1952, me fue prohibido el acceso a cualquier cargo público. El motivo era claro y simple. Había sido piloto de combate durante la guerra. Punto”
“El fin de la Guerra del Pacífico solo abrió una nueva, prolongada, y amarga lucha para mí, una lucha aún más cruenta que cualquiera que haya conocido en el frente. Había nuevos y más temibles enemigos: la pobreza, el hambre, la enfermedad, y todas las formas de la frustración. También se alzaba constantemente frente a mí la barrera impuesta por las autoridades de ocupación, que me impedía el acceso a cualquier puesto público. Hubo una única alternativa, y me aferré a ella con firmeza: dos años del más arduo trabajo manual, con una vivienda precaria, vistiendo harapos y alimentándome con lo mínimo para subsistir.”
“El último gran golpe que recibí fue la muerte de mi amada esposa a causa de una enfermedad. Hatsuyo había sobrevivido a las bombas y a los peligros de la guerra; no consiguió, sin embargo, escapar a este nuevo enemigo.”
“Al final, después de años de privación autoimpuesta, reuní el dinero necesario como para montar un pequeño negocio de imprenta. Trabajando día y noche, me fue posible lograr un sustento, y aún prosperar un poco.”
“Poco después, logré con éxito contactar a la viuda del vice-almirante Takijiro Onishi, a quien había tratado de localizar por mucho tiempo. El almirante Onishi cometió harakiri inmediatamente después de la rendición en 1945. Eligió morir de esta forma antes que permanecer vivo cuando tantos de sus hombres, a quienes había ordenado salir y entregar su vida, nunca habrían ya de regresar. No fue otro sino Onishi quien implementó los devastadores ataques Kamikaze.”
“Para mí, la señora Onishi no era sólo la viuda del almirante, sino también la tía del teniente Sasai, quien fuera mi mejor amigo. Sasai voló hacia su muerte, combatiendo en Nueva Guinea en el momento en que yo estaba hospitalizado en Japón.”
“Durante varios años, la señora Onishi sobrellevó una existencia sumamente humilde como vendedora ambulante. Me indignaba verla arrastrar sus pies bajo aquellos atuendos rasgados, pero no tenía forma de ayudarla.”
“Entonces, contando ya con mi pequeña imprenta, conseguí persuadirla para que aceptase el puesto de administradora. A medida que la empresa fue expandiéndose, busqué con esmero y dí trabajo a varias otras viudas y hermanos de aquellos, mis amigos más cercanos, que volaron conmigo durante la guerra y perdieron sus vidas.”
“Afortunadamente, las cosas cambiaron. Ha pasado ya más de una década desde que la guerra acabó. Nuestro negocio ha continuado creciendo, y las personas que trabajan en él se encuentran nuevamente en una buena posición económica.”
“Estos últimos años han sido realmente extraños. He subido como invitado de honor a bordo de portaaviones y demás buques de guerra norteamericano, y las diferencias entre los jets de hoy día, y los viejos cazas Cero y Hellcat es realmente asombrosa. He conocido en persona a hombres contra los que luché en el aire, me he sentado y conversado con ellos, he trabado amistad. Es el hecho que más me ha impresionado; aquellos mismos hombres que fueran el blanco de mis armas tiempo atrás, me han ofrecido sinceramente su amistad.”
“En distintas ocasiones me han ofrecido un nombramiento dentro de la nueva Fuerza Aérea de Japón. He declinado cada uno de estos ofrecimientos. No deseo regresar a la vida militar y revivir todo lo acontecido.”
“Pero volar es como nadar. No se olvida fácilmente. He permanecido en tierra por más de diez años. Sin embargo, si cierro mis ojos puedo sentir nuevamente la palanca de control en mi mano derecha, el acelerador en la izquierda, y los pedales bajo mis pies. Puedo experimentar la sensación de libertad y de lo inmaculado, y todas aquellas cosas que sólo un piloto conoce.”
“No, no he olvidado cómo volar. Si Japón necesita de mí, si las fuerzas comunistas presionaran demasiado sobre nuestra nación, habré de volar otra vez. Aún así, ruego fervientemente que no sea ésa la razón por la que vuelva a elevarme en un avión.”
Saburo Sakai, Tokio, 1956
Martin Caidin, New York, 1956