Descripción
¿Qué sensación experimenta aquel que amó y veneró una doctrina y advierte repentinamente que la amada doctrina no es otra cosa que un cebo, un oropel seductor para atrapar víctimas y espíritus incautos?
El hombre, —como afirmación general— necesita creer en algo, más ¡terrible del instante en que su experiencia le hace abjurar de todo ideal y se convierte, (ni siquiera en ateo, creyente o simplemente se prosterna en la “brutalidad”;) su alma se transforma en “vacío”, y es entonces cuando debe remover las ruinas de su sepulcro y superarse a sí mismo a través del desarrollo embrionario de la más terrible lucha consigo mismo, y construir progresivamente su propio criterio, su propia voluntad, su propio estandarte de lucha.
Sin embargo, es hora de que los ídolos de la política internacional, como el comunismo y la democracia, caigan, por lo que hay que estar preparado y comprender el porqué.
PALABRAS PRELIMINARES
¿Qué sensación experimenta aquel que amó y veneró una doctrina y advierte repentinamente que la amada doctrina no es otra cosa que un cebo, un oropel seductor para atrapar víctimas y espíritus incautos? Más aún, ¿qué experimenta aquel que guía su espíritu por una doctrina cual si esta fuese un Código, y está adscrito a ella de todo corazón…?
Este es nuestro talón de Aquiles, la fragilidad de la naturaleza humana. El hombre es necesariamente un venerador, la mentira del ideal le persigue, y no existe hombre que en un principio no haya erigido una fanática veneración por alguna doctrina o algo indeterminado para refrenar su tiránica voluntad hacia la autodestrucción, porque la mayoría de los hombres no soportan la idea de una humanidad que oscila entre progresión y regresión, en el cataclismo inerte de un proceso colosal y sin rumbo, en cuyo terrible desencadenamiento de fuerzas ni siquiera existe un destino. Necesariamente el hombre edifica en consecuencia un Mito, para frenar su angustia, para un pilar artificial sostenga su vacilante existencia, y un César, un Cristo, un Marx, un Voltaire constituyen este “invento” de la imaginación inconscientemente aterrada del hombre. El hombre, —como afirmación general— necesita creer en algo, más ¡terrible del instante en que su experiencia le hace abjurar de todo ideal y se convierte, (ni siquiera en ateo, creyente o simplemente se prosterna en la “brutalidad”;) su alma se transforma en “vacío”, y es entonces cuando debe remover las ruinas de su sepulcro y superarse a sí mismo a través del desarrollo embrionario de la más terrible lucha consigo mismo, y construir progresivamente su propio criterio, su propia voluntad, su propio estandarte de lucha. Y quien comprénda esta fragilidad de la naturaleza humana, su talón de Aquiles, se indignará y comenzará a erigir, en un acceso de violenta rebelión, la voluntad de su propio poder mental, conduciéndolo al titánismo del desafío, solo por experimentar a que proporciones cósmicas alcanza su resistencia, su poder sin más filosofía que soportando las más terribles verdades en un esfuerzo heroico por vivir reconociendo lo que los demás, horrorizados y ultrajados, anuncian como su propia pira funeraria, y se esfuerzan en ocultarlo mediante mitos y deidades inferiores.
Todos los cultos y mitos erigidos fanáticamente por el hombre, la persecución y martirologia de sus prosélitos, heraldos y partidarios, no han significado sino el grito estertóreo de aterrada rebelión contra el colosal desenvolvimiento de fuerzas ciegas y retroactivas, regidas por este gran y siniestro azar, sin más ley que las leyes que el hombre creó para sobrevivir. Y así, piedra sobre piedra, sin decirlo en voz alta, sino calladamente, las manos temerosas han erigido templos, sinagogas y mezquitas, que constituyen la prueba palmaria de las atemorizadas idiosincracias que proclaman, no obstante ello, representar el dogmatismo absoluto. Cada cual de estos Moloch de la abstracción proclaman simultáneamente poseer la verdad, y, ¿que es la “verdad”?
La verdad significaría el don de percibir y detentar conocimientos revelados, “exactos”, sin objeción y réplica, pero, ¿quienes podrían demostrar metafísicamente la absoluta infalibilidad legal de conocimientos de aquella u otra determinada idiosincracia?
Suponiendo que la verdad existiese, ello equivaldría a admitir que los conocimientos revelados no podrían señalar absolutamente nada que fuese perjudicial al intelecto humano, sin embargo, por doquier existe una contradicción manifiesta, admitida y no admitida por el hombre; ¿es benéfico al hombre las guerras, las luchas, las restricciones al poderío, las miserias, amarguras y desilusiones que éste padece, su introversión en el sufrimiento? ¿O es benéfica la carencia de lucha, la paz, la comodidad? ¿Las traiciones, las conquistas, el crimen? La respuesta es una: el hombre ignora lo que le es útil o perjudicial, sopesando siempre sus acciones entre el Bien y el Mal. Depende del momento, y el tiempo es transitorio, cambia, y también sus verdades reconocidas. Lo fundamental es saber que en todo esto solo existen gradaciones de fuerza, restricciones al poder, y esto determina todo lo demás.