Descripción
A la llegada del nacionalsocialismo había en Alemania, en la peor crisis de su historia, aproximadamente 6 millones y medio de desocupados. Sin embargo, tras la aplicación de una política de trabajo revolucionaria, en menos de 3 años no sólo se terminó el desempleo entre los alemanes sino que obreros de otros países ingresaban alegres al «infierno nazi» a trabajar.
La enorme cantidad de empresas productivas necesarias para lograr esta revolución no alcanzan a explicar este fenómeno pues la fuerza del cambio yace en la solidez de la cosmovisión que dió forma a la política social como un todo. Tampoco encuentra su explicación en la producción bélica, como se intenta justificar en la actualidad, desde el momento en que países como Francia e Inglaterra llevaron a cabo un rearme mucho mayor al de Alemania sin lograr erradicar el desempleo sino más bien aumentándolo. Sólo comparar las tasas de desempleo de los países con mayor producción bélica del mundo bastaría para desechar esta hipótesis, pero ni siquiera puede argumentarse que la producción bélica alemana haya sido excepcional.
El cambio decisivo estuvo en su cosmovisión. Para transformarlo de esclavista en liberador, el nuevo lema fue que el trabajo no puede ser jamás una carga o un oprobio, por el contrario, la producción honrada, ejecutada con lealtad, anteponiendo el bien de la comunidad antes que los egoísmos, le dan al trabajo su nobleza y lo transforma en la fuerza de la Nación. Siendo el trabajo la mayor riqueza que tiene un país y la posibilidade de realización de la persona, no puede quedar nunca sujeto al juego de los especuladores y usureros ni limitado por consideraciones materialistas. El dinero no vale nada si no representa un trabajo, pues todos los bienes de la Nación, ya sean el abastecimiento material básico de su población como su nivel cultural, dependen de él. La economía es apenas una herramienta al servicio del pueblo, por lo que el hombre no puede estar determinado por ella, mucho menos ser una preocupación constante que lo distraiga del sentido de su vida.
Por lo tanto, para que la producción y el bien común estén asegurados, la titánica organización del «Frente Alemán del Trabajo» se encargó de cuidar en primer lugar al hombre y su felicidad en el trabajo, dándole por primera vez en la historia toda una serie de derechos inéditos hasta entonces, promoviendo la orientación vocacional, el correcto descanso y cuidado de la salud y brindando gratuitamente opciones recreativas con actividades artísticas, culturales, deportivas y estéticas incluso durante el trabajo.
La calificación del hombre no debía estar determinada por consideraciones materiales sino por su honor y lealtad ante la comunidad, base de su dignidad. Intentando dar un sentido al trabajo, estando en contacto con el producto de su labor y el destino de la comunidad, se intentaba evitar los trabajos mecánicos carentes de sentido existencial.
También las leyes nacionalsocialistas que lo regularon, como las que aquí adjuntamos, revolucionaron los fundamentos del contrato de trabajo. Por primera vez una ley moderna puso su énfasis en principios espirituales como el Honor y la Lealtad antes que en los detalles materiales, imponiendo «Tribunales de honor» como sus guardianes y promoviendo el desarrollo de la personalidad y el carácter como condición de liderazgo. El Honor es el fundamento inviolable de la dignidad humana y este quedó asociado a la Lealtad que el hombre tiene hacia su comunidad. Toda medida mercantilista y de predominio financiero es por lo tanto despreciada.
Sobre la base de esta cosmovisión, y sólo gracias a ella, el nacionalsocialismo formuló una elaborada doctrina del trabajo que se intenta analizar en detalle en este libro y que evidentemente le dió unos resultados extraordinarios.
PRÓLOGO
La Nobleza del Trabajo en el socialismo del Tercer Reich
El NSDAP, Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores, ya desde la elección de su nombre delimitó claramente cuáles eran sus objetivos fundamentales. La equilibrada mezcla entre socialismo y nacionalismo fue sin duda uno de sus puntos fuertes, pues ambas tendencias eran remarcadas con gran énfasis y aplicadas con maestría, representando los anhelos de quienes se encuadraban en éstas. No menos importante, a nivel práctico, fue el énfasis puesto en el trabajo y los trabajadores. Éste, además de ser un eje vital de la gran masa de la población, fue uno de los pilares de la cosmovisión nacionalsocialista, cuya fortaleza y amplitud de miras determinó en gran medida su éxito.
Lo que en el Tercer Reich se impuso como lema es que el trabajo no es una carga o un oprobio, la producción honrada, ejecutada con lealtad, le dan al trabajo su nobleza y éste, para la política nacionalsocialista, vuelve a ser la base del tesoro y la fuerza de una Nación si se encuentra encauzado en su cosmovisión.
Es que para el nacionalsocialismo el trabajo es la mayor riqueza que tiene un país. Para él el dinero no vale nada si no representa un trabajo, pues todos los bienes de la Nación, ya sean el abastecimiento material básico de su población como su nivel cultural, dependen del trabajo y la producción que este pueblo sea capaz de generar.(1)
La misma calificación del hombre, según Hitler, “debe estar basada en el modo y en la manera en que se haga cargo de las tareas que la comunidad le ha conferido.” Suhonor y prestigio pasan a depender exclusivamente de si mismo pues, estando las condiciones dadas para producir de acuerdo a sus capacidades, su talento se ve reflejado en su trabajo y su producción lo dignifica como sustentador de su pueblo, cumpliendo sus deberes para con él.
A diferencia de la tendencia moderna liberal-capitalista, idólatra del dinero, que mide al hombre por la cantidad de bienes materiales que posee, sin importar la forma, procedencia y hasta el perjuicio que conlleve; para el nacionalsocialismo la medida del hombre está dada por la lealtad, honor, saber, voluntad, sentimientos y carácter. El sentido de deber para con su pueblo, y lo honorable de su conducta, es lo que lo distingue y fija su posición, no el dinero que posea.
Sí puede servir de medida el grado de su producción, pero la forma y el modo de su trabajo son aún más importantes que el nivel del trabajo.
Aquí ingresa como variable otro de los pilares de la cosmovisión nacionalsocialista: la raza y la herencia, portadoras de sus capacidades y de los más altos valores éticos, culturales y espirituales de una larga cadena de generaciones. Pues el potencial de trabajo es en definitiva un bien heredado.
Dado que el talento y los dones que un hombre posee, en virtud de su sangre, forman parte del caudal biogenético portado y desarrollado por un pueblo de una determinada raza, su deber moral para con ella es seguir sirviendo a su beneficio y devolver lo que la naturaleza le ha dado para bienestar de la comunidad. Su pertenencia a ella lo capacita y lo guía por un camino de autosuperación, mientras lo insta a dejar de lado sus pulsiones egoístas mediante la lealtad a los suyos. En definitiva, no hay duda que el enriquecimiento de este caudal redunda en su propio beneficio también, brindándole posibilidades siempre más altas.
Diferente es la concepción del liberalismo moderno. Éste entiende que el individuo es el único responsable y beneficiario de su talento, nada le debe a nadie por lo que es, de modo que puede utilizar sus capacidades en exclusivo provecho de sí mismo, sin importar que esté perjudicando a toda la comunidad de la que es parte o incluso a él mismo. El colmo de esta concepción es exaltar al estafador o mafioso, honrándolo con fama, y hasta respeto, con tal de que sea una persona exitosa o gane mucho dinero. Nada importa el perjuicio que ocasiona a la comunidad, incluidos sus ingenuos admiradores. De más está decir que en el Tercer Reich, todo estafador o incluso todo individuo que se enriquezca a coste del trabajo de los demás, sin producir nada o por medio del engaño, era considerado lo más bajo y despreciable de la sociedad y sin excepción enviado a la cárcel o a un campo de trabajo para que aprenda lo que es ganarse el sustento y el respeto de su comunidad con el sudor de su frente, sin recurrir a artimañas.
Las personas aquí deben primero reconocer lo que le ha sido dado en herencia por su pueblo y luego honrarlo devolviéndole el beneficio a su comunidad. Siendo de este modo, no debe tampoco atribuírsele un mérito desmedido a los éxitos de un individuo en tanto que este porta las cualidades de su raza, así como tampoco debe despreciarse desmedidamente la poca capacidad en algún trabajo para el que no se está preparado biogenéticamente. Lo que es innegociable sin embargo es la forma y el modo en que el trabajo es llevado a cabo. La lealtad y la dedicación, el entusiasmo, la constancia, y la responsabilidad con que se cumple la obligación de trabajar son los parámetros para valorar y calibrar el respeto que un individuo merece.
Surge aquí un ordenamiento a todas luces más justo que los criterios materialistas e individualistas que actualmente se usan para juzgar el status de un hombre y ordenar la vida comunitaria. Cada uno recibe exactamente lo que ha demostrado merecer por lealtad y honor, respetando sus diferencias y desempeño.
Aunque a nuestros ojos resulte demasiado obvio como para tener que aclarar la diversidad de las capacidades de los hombres; el liberalismo sostiene, aun ante la ausencia de pruebas, que los hombres son iguales, que las características raciales son meras quimeras, y que la diversidad depende de la educación y el ambiente exclusivamente. No conforme con esto, además se siente profundamente ofendido y agraviado ante el planteamiento de las diferencias y los valores hereditarios que el nacionalsocialismo intentó respetar y seleccionar. Al histérico grito de “discriminación”, corre a llevar a juicio e intentar encerrar a los “locos” que quieran negar sus sueños. Los pensadores se detienen ante la voz de mando de este tabú.(2). Olvidan sin embargo que sobre la vara de la riqueza material que ellos utilizan, es sólo ésta la que discrimina quién tiene el dinero para acceder a un beneficio y quién no; con el agravante de que ni la ética ni la moral tienen voz ante este soberano. Esta discriminación, que sí causa muertes y miseria en abundancia (3), lamentablemente no tiene un parecido coro de ofendidos justicieros.
En todo caso, para un justo ordenamiento social, queda expuesta la insoslayable necesidad de educar a la juventud, y al pueblo en general, en el sentimiento de comunidad, en la búsqueda de lo esencial, ajeno a las apariencias y al egoísmo. Es esta disposición anímica la base sobre la que discurre la vida del pueblo.
El Tercer Reich estuvo sin duda a la altura de estas exigencias, revolucionando los métodos de educación, que se centraron en el cultivo del carácter y la personalidad, junto a los sentimientos de comunidad en la historia y en la vida política; imponiendo logros sociales y beneficios para los trabajadores inéditos hasta entonces(4); con el énfasis puesto en la correcta formación profesional y la importancia dada a la orientación vocacional como dos importantísimas ciencias del Estado(5); pero, sobre todo, implantando la conciencia del gran lema del partido: “el bien común está antes que el bien privado”. Sin esta conciencia social de comunidad, ni las más elaboradas leyes ni las más detallistas disposiciones políticas hubieran podido lograr el milagro económico y social que se produjo en Alemania.
El Orden social natural y justo, implantado durante el Tercer Reich, no puede surgir por decreto ni por determinada disposición política, sólo pudo ser instaurado por una justa disposición hacia la vida de la comunidad, la Justicia y el trabajo. Como se dijo más de una vez en sus libros de propaganda, “Alemania volvió a ser la tierra del Honor y la Lealtad”, y sobre estos conceptos construyeron un nuevo Reich.
El Honor es fundamento inviolable de la dignidad humana y este se asoció a la Lealtad que el hombre tiene hacia su comunidad, viéndose manifestada en el trabajo que tiene en cuenta el bien común.
Las leyes nacionalsocialistas que regularon el trabajo —siendo su máximo exponente la “Ley para el ordenamiento del Trabajo Nacional” que se anexa al final de este libro— revolucionaron los fundamentos del contrato de trabajo. Por primera vez una ley moderna puso su énfasis en principios espirituales como el Honor y la Lealtad antes que en los detalles materiales del trabajo. A su vez, esta relación estaba fiscalizada por la también revolucionaria institución de los “Tribunales de Honor”, siendo el Estado el garante del honor del trabajador. Tanto empleador como empleado ya no se encuentran relacionados de acuerdo a conceptos meramente comerciales sino que ambos se vuelven miembros de una comunidad de producción, con derechos y deberes para con ella. La lucha de clases impuesta por el marxismo es sustituida por la conciencia de comunidad y por una relación de lealtad, mutua y ante la sociedad, fijando sus responsabilidades y participación tanto con en el bien de la empresa como con el bien del pueblo.
Lejos de quitarle poder y responsabilidad, o de darle demasiadas prerrogativas que le permitan ejercer un poder dictatorial —como muchos le criticaron—, el jefe de empresa está obligado por la responsabilidad ante su pueblo sobre todo. Los órganos reguladores del Estado sólo se reservan el derecho de dar garantías y de intervenir únicamente cuando el consenso entre las partes no pueda ser logrado. La iniciativa individual no puede ser coartada por un sistema político que propugna la formación de personalidades creadoras y responsables, pero sí limitada si sus impulsos van contra su propia comunidad. El führerprinzip mismo demanda que los dirigentes en cada ámbito de la vida tengan su propia iniciativa e impongan su personalidad, pero de modo responsable para con el todo. Así mismo, los mejores trabajadores en cada área van teniendo posibilidad de crear consejos representativos de los suyos de acuerdo a su idoneidad.
Vemos en la base misma del pueblo trabajador una refutación a la supuesta opresión antidemocrática del Tercer Reich. Aquí el acuerdo para las relaciones laborales es responsabilidad de los empleados y empleadores siempre y cuando se adecuen a la directiva de tener siempre como prioridad la búsqueda del bien común y no el provecho mercantilista(6). Si ellos no llegan a un acuerdo justo en alguna cuestión, muchas otras instancias van siendo consultadas, pasando por el consejo asesor, el inspector laboral y las instancias extraempresariales como las delegaciones comunales, provinciales y ministeriales encargadas del Trabajo. No es difícil imaginar un camino más democrático con la participación activa de todas las partes interesadas y sin vivir bajo la dictadura del capital financiero y las leyes de mercado.
En cuestiones de fijación de salario el acuerdo fue posible fácilmente, pues si bien dependía sobre todo del jefe de empresa y del consejo asesor formado por los trabajadores destacados que hayan demostrado estar imbuidos del espíritu comunitario, las directivas dadas por el Estado en esta materia son muy claras. Una distribución justa de los bienes de la comunidad sólo puede ser considerada teniendo en cuenta la medida de la participación que cada uno haya tenido en la producción. El salario debe estar determinado por la magnitud de la utilidad que el trabajo realizado tiene, directa o indirectamente, para la comunidad (7). Frente a este valor material del trabajo se ubica el valor ideal que ya no reside en la utilidad individual o comunitaria sino en el modo y en la manera en que se ejecuta el trabajo. De la primera forma de evaluar el trabajo, la material, surge el nivel del salario, de la segunda, la ideal, el Honor y el prestigio del trabajador.(8)
Garantía de un justo orden es que la idoneidad de los dirigentes está promovida por el principio de conducción (führerprinzip) aplicado en todos los niveles de la sociedad. El dirigente, a semejanza del Führer del Reich, Adolf Hitler, carga con toda la responsabilidad de las decisiones siendo la cabeza visible y responsable de los aciertos y de los errores ante quienes dependen de él. Pero la conducción sólo es admitida tras haber sido probada su capacidad y siéndole permitido el ascenso sólo a los mejores, sin miramientos de los “contactos”, relaciones o posición económica —como es común a otros regímenes políticos—. Este principio es la expresión de la búsqueda del Tercer Reich por una personalidad soberana que por propio mérito se impone y decide sobre los caprichosos cambios de ánimo de la mayoría que no alcanza a ver un principio superior por sobre la disgregación de las inclinaciones pasionales.
Como se ve, el énfasis en el nacionalsocialismo está siempre puesto en una determinada cosmovisión y es ésta la que luego regula e imprime su fuerza a las distintas facetas políticas de su acción.(9)
Para el Nacionalsocialismo la comunidad organizada sobre la base del Volk, que es el depositario y transmisor en la historia de los valores espirituales de una determinada raza, es el centro de su política. Sus máximos valores, en este caso estamos viendo el honor y la lealtad, son las guías de toda su actividad. Toda forma de mercantilismo y predominio financiero es despreciada y erradicada mediante la implantación de los valores del Volk. Por eso es que en lo que respecta al trabajo su máximo logro fue implantar la conciencia de su honorabilidad y la lealtad ante el volk. Como punto de partida, no acepta en ninguna de sus formas ni la ideología ni la mentalidad que conducen a que el trabajo humano sea considerado una mercancía con la que se puede comerciar o negociar como un producto más bajo las leyes del mercado, la oferta y la demanda.(10)
Eliminando radicalmente las causas y las consecuencias de este materialismo económico y social, la revolución nacionalsocialista eliminó también la supremacía del dinero que hoy podemos ver restaurada por los vencedores de la guerra. Libre de estas ataduras, logró elevar al Hombre a una más alta dimensión espiritual y material, por encima de las teorías igualitarias, utilitarias, individualistas, mercantilistas y antinaturales.
Para el nacionalsocialismo la economía no puede jamás ser la determinante de la vida de un pueblo ni este puede estar subordinado a sus leyes. La primacía de lo económico, que sus opositores propugnan, es más bien una total inversión de lo correcto y justo. En su escala de valores, primero se encuentra el Hombre. Éste es sin embargo un determinado tipo etnobiológico de hombre, determinado por una raza y miembro inescindible de un volk. Este tipo racial no está determinado por medidas estéticas ni físicas —aunque no las desprecia tampoco—, sino que es un tipo ideal resultante de las características de una raza que potencialmente encarna los más altos valores éticos y espirituales, aún cuando no todos sus miembros puedan alcanzarlos. En segundo lugar interesa implantar una cosmovisión propia y característica de este tipo de hombre. En tercer lugar se tiene en cuenta la política general que responda y represente a esta cosmovisión. Finalmente, se ocupa de las políticas parciales, como la económica, la social, etc, que sirvan a los anteriores elementos de esta escala de valores.
Resulta luego lógico que, sin tener como objetivo la ganancia económica y poniendo en primer lugar la realización de un tipo determinado de hombre, los cuidados y beneficios que se le prodigaron a los trabajadores hayan sido no sólo revolucionarios sino en gran parte únicos en la historia de los gobiernos políticos.
La política social del Tercer Reich no se circunscribió al cuidado de la persona dentro del ámbito laboral sino que, sobre todo, se ocupo por la integridad y el grado de realización que esta pudiera alcanzar en su vida, tanto física, mental como espiritualmente. Cuidó para ello del tiempo libre del trabajador(11), de un sano y cultivador esparcimiento, un enriquecimiento espiritual y un adecuado equilibrio emocional. La obra realizada por la organización “Fuerza por la alegría” dejó en evidencia las múltiples actividades culturales, artísticas, sociales, turísticas, deportivas y de esparcimiento que es posible realizar cuando se encara el tema con seriedad.
La paz interior, la felicidad o entusiasmo, y el equilibrio emocional son los bienes más preciados con los que un hombre puede contar como garantía para poder llevar adelante su vida de forma correcta. Estos fueron justamente a los que el nacionalsocialismo apuntó sostener y potenciar. Con una vida interior en orden, y con un ordenamiento social reflejo de la Justicia, la paz social se hace presente sin necesidad de infinidad de leyes, decretos, incentivos artificiales o supervisiones policíacas. Luego, la calidad y la cantidad de la producción de los trabajadores están prácticamente garantizadas pero, más importante que ello, el nivel del país y la comunidad por completo se ven elevados a nuevos niveles.
La enorme mayoría de los “logros sociales” que los trabajadores han adquirido hoy en día están más o menos copiados de los beneficios implementados por el nacionalsocialismo. Pero, dado que no tienen en vista la integridad del hombre sino más bien los beneficios materiales inmediatos, carecen de su profundidad.
Las vacaciones pagas, por primera vez implementadas en la historia, fueron algo más que una dádiva o un premio sino que más bien estaban orientadas a la recreación y perfeccionamiento físico, mental y espiritual de las personas, con una gran cantidad de instalaciones y ofertas culturales gratuitas tendientes a ello.
La seguridad laboral no quedó circunscripta a los accidentes o a la reparación de los daños, sino que está enfocada a la prevención, a la máxima eliminación de riesgos posibles y sobre todo al fortalecimiento y capacitación del trabajador, haciendo especial uso de los deportes, incluso dentro del ámbito laboral, para fortalecer física y mentalmente al trabajador.
La asistencia sanitaria y el cuidado médico no estaban enfocados a la medicación para tapar la enfermedad sino al fortalecimiento de la salud con medicinas naturales y preveían la inclusión, en orden fundamental, de los aspectos emocionales y psíquicos dentro de la medicina. Así cómo hoy vemos al liberal-capitalismo lucrar con la enfermedad y el dolor —algo directamente impensado por el nacionalsocialismo— hasta el punto de instalar monopólicamente una concepción médica que necesita del enfermo y no tiene empacho en crear medicamentos para ello, en el Tercer Reich también pudimos ver, como su antítesis, una revolución médica con las primeras campañas nacionales para luchar contra el cáncer, el tabaquismo o el alcoholismo. La promoción de la medicina natural, como correlato del negarse total y absolutamente a concebir la salud como una mercancía sujeta a la ganancia económica(12). Incluso la prohibición de la insana e insensata política de experimentar con animales para generar más y más medicamentos sin conciencia ni efectividad. Fiel reflejo, y justamente actuando de ejemplo como su papel de Führer lo requiere, fue el comportamiento de Adolf Hitler, que no tomaba alcohol, no fumaba ni comía animal alguno, e incluso difícilmente permitía que en su ambiente cercano se lo haga.
Como intentamos demostrar, la felicidad e integridad del ser humano es aquí lo más importante y por ello se intentó fundamentalmente devolver la dignidad y el honor al trabajador, cuidando generar un sentimiento de comunidad y respeto en el ámbito laboral. Llegando incluso a los de detalles más nimios como el extremo cuidado estético, y lo más lleno de naturaleza posible, del lugar de trabajo, que le daba al trabajador la satisfacción de ser considerados seres humanos dignos y respetados hasta en sus necesidades estéticas; o al cuidado de no llegar a una extrema división del trabajo que no le permita al trabajador perder relación vital con los valores que está produciendo. El Hombre, ciertamente, no es una máquina y está comprobado que sufre serios daños mentales y psíquicos cuando, dentro de determinadas condiciones de trabajo, le es quitada la satisfacción y la alegría en la coparticipación o en la realización unitaria de una obra visible y comprensible.
Todas las áreas que hacen a la felicidad y cuidado del trabajador, como la salud pública, la vivienda, la política demográfica, la política alimentaria, la cultura, la educación, aún sin tener una relación directa, son incluidas como parte de la política laboral pues hacen a la realización y equilibrio de lo más valioso que tiene el Estado: el Hombre.
La política nacionalsocialista no sólo funcionó a la perfección sino que en sólo un par de años de gobierno logró sacar de la más profunda crisis que viviera Alemania, tras 14 años de gobiernos liberal-marxistas que sólo empeoraron la situación, y pasó a ser una enorme potencia mundial que dejó en el olvido todas las patologías sociales. Contra este modelo de gobierno se tuvieron que aliar las mayores potencias del mundo en una guerra que duró más de 5 años —la primera mitad de los cuales Alemania los derrotó con una contundencia y velocidad nunca antes vista, hasta que la enorme superioridad numérica y la traición pudo más— para evitar que su ejemplo cundiera y vieran en peligro su dominio mundial.
Fue por todo esto que el pueblo alemán luchó para defender el Tercer Reich, hasta el último hombre y hasta la última bala en la mayoría de los casos, aún soportando todo tipo de sufrimientos en los últimos años de la guerra e incluso incorporando voluntarios de todo el mundo que corrieron desde todos los rincones para luchar por el mismo ideal formando un enorme ejército internacional, batiéndose aún sobre posiciones perdidas en los últimos instantes de la guerra.
Sólo a fuego y sangre lograron frenar la Revolución nacionalsocialista, pero quienes la defendieron con uñas y dientes hasta el último suspiro, luego de que en sus comienzos la habían apoyado democráticamente con una mayoría de votos pocas veces vista en la historia —algo de lo que sus vencedores “demócratas” no se pueden jactar ni por asomo—, dan testimonio de la imposibilidad de que haya sido un sistema opresor y demoníaco, tanto como su teoría política da testimonio de la posibilidad real de terminar con los problemas sociales. Sobre todo porque ninguna otra ha tenido tantos cuidados para con el Hombre ni ha demostrado hasta ahora tan contundente efectividad a nivel social.
Pablo Siegel
2 de Abril de 2011,
Buenos Aires
NOTAS
1.- A la luz de esta concepción podemos decir que muchos de los males modernos relacionados al trabajo son vistos por el nacionalsocialismo como una inversión antinatural: La desocupación —que hoy resulta un mal inerradicable y hasta querido por algunos especuladores políticos que sólo pueden lograr votos a través del subsidio y las dádivas a los vagos—, en un régimen donde el trabajo es considerado la mayor riqueza, resulta pues el mayor de los despilfarros. Por otra parte, subsidiar el desempleo, además de resultar una pleitesía a uno de los peores enemigos del Estado, quita sentido a la nobleza del trabajo y da como resultado una inmoralidad social más o menos manifiesta. El nacionalsocialismo no puede admitir de ningún modo que se subvencione a la pereza, a la ineficiencia o a la ineficacia, en ningún orden y en ninguna actividad. Que el gobierno nacionalsocialista haya arrancado de raíz el problema del desempleo en Alemania, incorporando al proceso productivo a más de 6 millones de desocupados y revirtiendo en poco tiempo una de las peores crisis de la historia del país, nos exime aquí de tener que discutir si es posible o no erradicar las patologías sociales de este estilo.
2.- Merece ser llamada la atención sobre nuestros modernos “iluministas” “hijos de la razón”, críticos despiadados de toda superstición y oscurantismo, cuando estos elevan sus niveles de idolatría y fanatismo hacia su dios dinero —acompañados por toda una hueste de tabúes sobre la igualdad y la discriminación— muy por encima de los niveles mostrados por sus criticados “supersticiosos”.
3.- Muerte y miseria palpables, aunque sea más fácil mirar para otro lado y mantener las apariencias de progreso y felicidad; estadísticamente comprobable y con abundancia de pruebas. No viene al caso poner aquí todas las estadísticas sobre pobreza, los porcentajes de muerte por hambre o imposibilidad de acceder a la satisfacción de la necesidades básicas pues éstas están disponibles desde cualquier fundación humanitaria, sólo acotaremos al pasar que, según la ONU, cada día mueren unos 17.000 niños por no tener una alimentación adecuada y que la desnutrición mundial alcanza ya niveles cada vez más cercanos a la mitad de la población mundial. Pero sí queremos llamar la atención a los niveles de infelicidad y opresión de la sociedad moderna, aunque estos no sean medibles más que por la inexacta referencia a explosiones sociales de insatisfacción, suicidios y patologías mentales o físicas atribuibles en última instancia a razones emocionales.
Contrasta aquí la diferencia con la gran cantidad de crímenes y horrores que le han inventado al nacionalsocialismo, sin posibilidad de defenderse, con supuestas pruebas que no reúnen los mínimos requisitos para ser tales y de las que no se puede dudar bajo pena de ser censurado y encarcelado. De absolutamente cualquier hecho histórico está permitido dudar, excepto de los crímenes del nacionalsocialismo, pues una acción judicial puede quitarte las ganas de pensar tanto. Existen sin embargo una mínima cantidad de libros que han logrado saltar la censura y tras duros sufrimientos vividos por sus editores y autores llegaron a ver la luz aun cuando se haga extremadamente difícil conseguirlos. Entre ellos existen incluso judíos como J. B. Burg o excomunistas como Paul Rassinier que han sido prisioneros de los campos de concentración nazis y debieron sufrir agresiones físicas por revelar que el cuento del holocausto es una gran mentira. El mayor especialista sobre cámaras de gas, Fred Leuchter, niega también que hayan existido cámaras de gas en ellos. No queremos extendernos aquí sobre la infinidad de pruebas pues lo haremos en otros libros, pero sólo queremos dejar en evidencia que una enorme cantidad de muertes que vivimos día a día, a razón de más de un “holocausto” por año, pasan desapercibidas a la conciencia del mundo; mientras una cifra inventada —sin pruebas reales— de muertes, sostenida a fuerza de censura y persecuciones, basta para demonizar un sistema político del que está prohibido hablar sólo para mantener alejada una alternativa al imperio dictatorial de las finanzas y la sociedad de mercado.
4.- Pocos saben que la enorme mayoría de beneficios y cuidados que el trabajador goza hoy en día fueron instaurados por el nacionalsocialismo y que gran parte de las leyes laborales son copias descaradas de las suyas, con el adicional de muchos otros detalles que hoy resultan inconcebibles, como el cuidado estético, la obligatoriedad de salubridad y contacto con la naturaleza de los lugares de trabajo, la promoción de la cultura con conciertos de música clásica, obras teatrales y la exaltación de todo lo folclórico; bibliotecas ambulantes para la correcta formación intelectual; el énfasis puesto en el deporte como distensión, cuidado del cuerpo, salud y formación del carácter; espléndidos complejos vacacionales gratuitos y hasta enormes cruceros que llevaban a los trabajadores de paseo por todo el mundo. Todo ello como parte del ámbito laboral y en beneficio exclusivo de la comunidad.
5.- Los psicólogos que hoy pierden su tiempo en pervertir a la sociedad con sus teorías freudianas, que representan una completa inversión de todo lo grande y espiritual que hay en el ser humano, para basar todos sus impulsos en perversiones y patologías; o en el estudio y tratamiento de enfermedades mentales mayormente incurables, tendrían aquí el campo abierto para el servicio a la comunidad, lo que tendría que ser a la vez su real vocación.
6.- La acusación de totalitario, si bien tiene algo de razón, ya que se impuso una cosmovisión que todo lo abarcaba, carece de demasiada entidad como acusación desde el momento que todo régimen político tiene un paradigma totalitario que impone sus reglas. En la actualidad, en el liberal-capitalismo, se impone la dictadura del capital financiero y sus leyes de mercado, que trata el trabajo o cualquier otro bien esencial de un pueblo como un producto regido únicamente por las leyes de la compra y venta como cualquier otro bien material e impone como vara de medida al dinero en todo ámbito de la vida.
7.- El obrero alemán, durante el nacionalsocialismo, no sólo ganaba el doble de lo que percibía en épocas anteriores, sino que además sus gastos de impuestos (que se previa ir eliminar progresivamente), vivienda y necesidades básicas le fueron garantizadas a precios mínimos. Este enorme aumento de los salarios se dio además en un economía sin inflación y con precios fijos en los productos elementales, lo que es el doble de meritorio, ya que también hoy podríamos decir que los sueldos se duplican cada tanta cantidad de tiempo pero sin mencionar que los precios aumentaron aún más, por lo que en realidad el sueldo, a nivel adquisitivo, se ve reducido y no aumentado.
8.- Cabe destacar que para que la retribución dependa plenamente del talento y la voluntad del trabajador, el Estado intentó garantizar primero (a) —una correcta orientación vocacional, (b) —una formación profesional lo más intensa y eficaz que sea posible y (c) —una posibilidad de progreso individual libre de trabas y correspondiente únicamente a su carácter y personalidad.
9.- Los elementos de la cosmovisión nacionalsocialista, y sobre todo su relación con la economía, lo hemos analizado en el libro “La economía en la cosmovisión nacionalsocialista” basado en el libro de Hermann y Ritsch con una amplia introducción y variados anexos con la opinión de los más destacados especialistas en materia económica y de Hitler mismo. Ediciones Sieghels, 2010. Recomendamos dicho libro para complementar el presente, junto con cualquier libro sobre el Frente Alemán del Trabajo y alguno de los resúmenes de los elementos de la cosmovisión NS que ya hemos editado, como “Fe y acción. Libro de virtudes nacionalsocialista” o “Breviario Nacionalsocialista. Contribución a la educación ideológica”.
10.- Que el trabajo sea visto como una mercancía más y que, por lo tanto, el sustento de los trabajadores sea determinado por la oferta y la demanda, es el signo de una inversión de valores y de un alma mercantilista que tiene como medida el más craso materialismo; pero que esto intente ser exaltado como un “descubrimiento científico” del marxismo ya no sabemos si calificarlo de chiste o de un signo de los tiempos.
11.- En la actualidad, se hace todo lo posible para disminuir hasta el extremo el tiempo que el hombre tenga libre para su propia realización como ser humano. Si no es que la urgencia por el sustento (con el adicional de un aumento constante en el costo de todas las necesidades básicas) le obliga a dedicar gran parte de su tiempo al trabajo y quedar exhausto para el tiempo restante, se encuentra: o embobado con la televisión, con alguna adicción, con pasatiempos improductivos o con el enceguecimiento que produce la sobreabundancia de pasiones en una personalidad incapaz de controlarse e imponerse un límite y una forma.
12.- Como bien dice el libro que presentamos, “En esto no se trata ya de una cuestión socioeconómica sino, fundamental y casi exclusivamente, se trata de una cuestión ética del mayor nivel. Solamente a una mentalidad patológicamente mercaderil y materialista se le ha podido ocurrir que la profesión médica y la producción de medicamentos podían juzgarse con los mismos criterios que rigen para, pongamos por caso, los mecánicos de automotores y los fabricantes de autopartes.” A todo el falso, perjudicial e insano sistema de salud y medicina gobernados por el capitalismo y sus farmacéuticas, ya le dedicaremos un libro entero que se encuentra en preparación.
ADVERTENCIA
La metodología poco usual que ha sido empleada para producir el presente trabajo requiere algunas breves explicaciones.
Ante la abundante literatura editada sobre el tema que nos ocupa en Europa durante la década del ’30, se pueden adoptar dos posiciones: o bien se la traduce lisa y llanamente, dejando la labor de síntesis y adaptación librada al criterio del lector; o bien se recoge, no ya tanto una obra en particular, sino una tradición intelectual y política.
La experiencia obtenida en nuestro medio con traducciones, sin duda meritorias, de obras excelentes nos ha convencido de la conveniencia de optar por la segunda de las posiciones señaladas. Hay varios motivos para ello.
Por una parte, las obras en cuestión tienen ya más de medio siglo; sus autores resultan inhallables aún en el supuesto caso de que vivan; la problemática tratada no solamente se halla desactualizada en el tiempo (aunque en algunos casos realmente sorprende la total vigencia de criterios y problemas planteados hace ya 50 años) sino que, en muchos casos, se halla circunscripta a los casos particulares de determinados países. Por otra parte, si ha de dejarse librado al lector el trabajo de síntesis y adaptación, lo mínimo que cabría hacer es poner a su alcance, no una, sino toda la serie fundamental de obras que se refieren al tema. Como puede comprenderse, ello requeriría un esfuerzo editorial para el cual se deberían disponer medios más que abundantes y demás está decir que esta abundancia de medios no es precisamente lo que caracteriza al trabajo editorial de nuestro tiempo.
La variante comúnmente empleada de producir trabajos que no son sino mera copia de varios originales, plagiados sin citar la fuente, ha sido desechada aquí. No creemos que esa sea la manera correcta de recoger una tradición.
En este tipo de literatura, por más trabajo de adaptación y actualización que se haga, es indispensable saber siempre y perfectamente cual es el origen del material y quién el responsable por la síntesis. El presente trabajo ha sido realizado sobre la base del estudio «Sozialpolitik im Neuen Reich» (Política Social en el Nuevo Reich) de Fritz Meystre; Editorial: Heerschild Verlag GMBH, München 2NW, 1934. La traducción, las referencias a la actualidad, la ampliación de los criterios expuestos por el autor original, la adaptación de los conceptos al actual cuadro internacional y la actualización de la problemática tratada, así como la metodología de trabajo empleada han sido nuestra responsabilidad.
DANIEL MARCOS
INTRODUCCIÓN
El gran tema del S. XIX y XX, que preocupó a todos los Pueblos por igual y cuya solución parecía imposible hasta el surgimiento del nacionalsocialismo, fue la «cuestión social», es decir: El tema referido a un ordenamiento justo de la vida social de las comunidades humanas.
Hoy resulta evidente que los Movimientos del pasado ni siquiera estaban en posición adecuada para crear un ordenamiento como el señalado y solucionar así el problema que se les planteaba. Por eso fue que la superación del problema le quedó reservada a los nacionalsocialismos que llegaron al Poder en varios países y que, al concretar sus postulados doctrinarios, solucionaron coherentemente el problema de la «cuestión social».
Sin embargo, luego de la II Guerra Mundial, ante la derrota militar de estos nacionalsocialismos, hemos vuelto nuevamente a fojas cero. Debemos tener presente que esta «cuestión», planteada en los actuales términos de la sociedad contemporánea, lleva ya algo así como 200 años de existencia. Arranca en los albores de la Revolución Industrial y el Capitalismo incipiente -instaurado como secuela de la subversión de la Sociedad Tradicional europea por parte del liberalismo – y se perpetúa hasta nuestros días. Al final de este largo proceso, a pesar de la superabundancia de leyes, decretos y edictos de «contenido social»; a pesar de las innumerables organizaciones que se sienten autorizadas a intervenir en la materia; a pesar de los casi incontables congresos, trabajos teórico-científicos y estudios sociales, y a pesar de que los «socialistas» marxistas se han adjudicado algo así como el monopolio teórico para el tratamiento de la «cuestión social»; a pesar de todo ello, rige en todas partes tal confusión e injusticia que -en realidad- no hace falta ningún argumento demasiado elaborado para demostrar la impracticabilidad de los caminos hasta ahora hollados por el sistema imperante. Al final de este largo período de experimentos socialdemócratas y socialmarxistas, la economía internacional se halla otra vez al borde del caos y, aún cuando el colapso pueda ser dominado (lo que es bastante probable), es incuestionable e incuestionado que con ello no mejorarán las perspectivas para el futuro en lo que a dignidad humana y justicia social se refiere.
En la actual situación, lo realmente esencial no es el resultado material del proceso liberalmarxista. Mucho más importante que el poder adquisitivo descendente de los salarios, las condiciones de vida cada vez más alienantes y el endeudamiento cada vez mayor de los Estados medianos y pequeños frente a las superpotencias, mucho más importante que todo ello es la progresiva destrucción de los valores esenciales, el crecimiento y la difusión de una psicosis de odio, la desaparición del respeto por el trabajo honrado, la despiadada y descarnada persecución de un lucro a toda costa, la desaparición de toda traba moral ante la supremacía del principio de rentabilidad. Y todo esto no sólo se nota en los grandes escándalos – nacionales e internacionales -que de tiempo en tiempo sacuden al público de los medios masivos de difusión. Estos escándalos y corruptelas son únicamente la parte visible de un iceberg cuyo cuerpo principal se inserta, a veces casi inadvertidamente, en la conducta «normal» de la vida cotidiana.
Muchas décadas de política social, a veces amargamente salpicadas de sangrientas luchas sindicales, han producido – sin duda – algunos resultados materiales que mitigan en cierto modo los excesos más manifiestos e intolerables. Pero lo que no ha podido lograrse fuera de los regímenes nacionalsocialistas es la condición básica para la construcción de un Orden Social justo. Y esta condición básica es una conciencia social auténtica, profundamente arraigada en las actitudes cotidianas del Pueblo.
El liberalismo y el marxismo determinan tanto el contenido como los objetivos de la política social actual. Sus propuestas, sin embargo, están agotadas. Aún cuando todavía consigan engañar a los incautos o a los exageradamente optimistas con los despojos de una Cosmovisión obsoleta y esencialmente incorrecta, ya no pueden, ni ocultar los manifiestos síntomas de decadencia que se hacen visibles por doquier, ni mucho menos detener esta decadencia que sólo se acelera cada vez más.
El enfoque mental de los Pueblos que fueron regidos por Gobiernos nacionalsocialistas estuvo determinado por la Cosmovisión Nacionalsocialista y los hechos demuestran que sólo esta Cosmovisión ofrece bases sólidas para el Futuro. La Cosmovisión nacionalsocialista niega categóricamente los falsos supuestos sobre los que se levanta la doctrina liberalmarxista y es por esto que los fundamentos de la política social nacionalsocialista resultan tan completamente diferentes de todo lo que estamos acostumbrados a ver en nuestros días.
Es que, tanto el liberalismo como el marxismo viven de una actitud mental esencialmente conectada con el pasado, mientras que el nacionalsocialismo pone sus miras hacia el mundo que sobrevendrá. El nacionalsocialismo no se preocupa tanto por el hipotético «noble salvaje» de Rousseau como por el futuro Hombre de la Era Espacial. No le interesan tanto las injusticias sociales nacidas de la industrialización capitalista de Europa allá por el 1850 -fecha en la que Carlos Marx elaborara su «El Capital»- como la justicia social necesaria y posible en las grandes sociedades étnicas y geopolíticas altamente tecnificadas del S. XXI.
Por ello es que resulta imprescindible aproximarse al nacionalsocialismo con una mente abierta y honesta. Las propuestas nacionalsocialistas son, ciertamente, nuevas aunque existen testimonios históricos que – por otra parte – no hacen sino confirmar su viabilidad. Pero lo nuevo del nacionalsocialismo no es una «novedad por la novedad misma». El nacionalsocialismo aparece como una propuesta genuinamente novedosa precisamente porque su preocupación general no es la de remendar las rencillas del pasado sino construir un mundo mejor para las generaciones futuras.
CONSIDERACIONES FINALES
Las tendencias de una época determinada establecen en gran medida la estructura de las sociedades humanas. A su vez, estas tendencias están determinadas por la capacidad del ser humano para expresar sus anhelos más íntimos y por su capacidad para hacer frente al Destino que le toque realizar.
Las tendencias de la época cuyos espasmos últimos todavía vivimos no han nacido de exponentes auténticos de la Cultura Occidental. Las Cosmovisiones y las ideologías que los pioneros del nacionalsocialismo hirieron de muerte durante las primeras décadas del presente siglo; el mundo que hicieron tambalear hombres como Gobineau, H.S.Chamberlain, Rosenberg, Hitler, Mussolini, Yockey y tantos otros; toda esa época, en suma, descansaba sobre la ideología internacionalista de una burguesía desarraigada. Ese mundo ciertamente se tambaleó, pero sus pilares materialistas y plutocráticos consiguieron apuntalarlo provisoriamente y así es como hemos llegado hasta nuestros días. El espíritu de descomposición, de negación del ser humano real, ha sido el requisito para la instauración del materialismo en todos los niveles. La Sinarquía no es sino expresión de la misma actitud esencial —al margen ahora de sus concomitancias de otro orden- y esta actitud se manifiesta en una idolatría a lo material. Las cosas y las instituciones prevalecen por sobre todos los demás factores; ya no es la producción lo que cuenta sino la posesión de bienes; ya no es la Justicia Social lo que se busca sino la venganza de una clase; ya no es la Norma moral la que rige sino la Ley escrita; ya no es la religiosidad del ser humano lo que se cultiva sino el Dogma.
Casi dos siglos de política social impregnada en este espíritu no han conseguido resolver los graves desórdenes que las Cosmovisiones universalistas y materialistas han causado en el cuerpo social de los Pueblos. No podría ser de otro modo puesto que los medios empleados para esta política social se hallaban contaminados por el mismo espíritu de la época y, consecuentemente, resultaban inapropiados para hallar soluciones de fondo.
El Derecho escrito, la Ley, la Norma establecida, siempre será lo que de un modo visible determinará el marco exterior dentro del cual se desarrolla la vida comunitaria. Pero esta época que hoy ya vemos en manifiesta decadencia solamente ha conocido el aspecto formal de la justicia y por ello ha tratado de dominar los problemas vitales mediante la aplicación juridicista de un Derecho frecuentemente divorciado de la realidad.
Lo que la revolución nacionalsocialista europea hizo fue eliminar radicalmente las causas y las consecuencias de este materialismo económico y conceptual. Eliminó la supremacía del dinero y de lo meramente formal para volver a elevar al Hombre real y concreto por sobre todas las teorías utilitaristas, universalistas, antinaturales, igualitaristas y caprichosas. El nacionalismo, como expresión de un chauvinismo xenófobo, fue ampliamente superado y se convirtió en el legítimo orgullo de pertenecer a una unidad histórica diferenciada en lo universal ubicada sobre sólidas bases etnobiológicas. A partir de allí, no fueron ya los colores de los mapas políticos lo que importó; no fueron ya más fronteras caprichosas o casuales, trazadas mezquinamente en muchos casos, las que decidieron las grandes cuestiones nacionales. Lo que terminó decidiendo toda cuestión de nacionalidad fue el Hombre, el tipo de Hombre, la clase de ser humano y no la clase social o una ciudadanía accidental.
Paralelamente, el socialismo —aquella gran corriente popular y masiva que naciera mucho antes de Marx como respuesta espontánea a las injusticias del materialismo capitalista- resultó ennoblecido por la ldea de la Justicia Social. Hitler, Mussolini y todos los dirigentes nacionalsocialistas expusieron los principios de esta Justicia Social ya durante la década del ’20. Todo lo que se ha hecho de allí en más no ha sido sino continuación de esta iniciativa revolucionaria que buscaba suprimir la confrontación de las clases para reemplazarla por una cooperación y coparticipación de todos los estamentos, grupos y sectores de la comunidad.
No es ningún milagro, pues, que ante la visible decadencia de una época que ya se muere, en varios puntos del planeta esté comenzando un lento pero indetenible proceso de avance hacia concepciones nacionalsocialistas. Todos los esfuerzos por estructurar una Tercera Posición que rechace tanto al capitalismo demoliberal como al comunismo marxista apuntan en este sentido porque es el único sentido al que pueden apuntar. Naturalmente, todavía estamos a gran distancia de poder decir que los países de tercera posición son países nacionalsocialistas, pero el Futuro está planteado en esos términos. Porque, en la medida en que los países vayan haciéndose conscientes de las características biopsíquicas del elemento humano que constituye su población; en la medida en que las economías nacionales rechacen una dependencia de los centros financieros capitalistas y plutocráticos; en la medida en que los Pueblos se deshagan del monopolio soviético y marxista del socialismo; en la medida en que las generaciones jóvenes, hastiadas y asqueadas por la decadencia generalizada, vayan redescubriendo los fundamentos auténticos y sólidos de su civilización y cultura; exactamente en esa medida el mundo entero avanza hacia estructuras nacionalsocialistas. Y lo hace porque no hay otra alternativa; no hay otra tercera posición viable y coherente; no hay otra propuesta que haya demostrado su eficacia sociopolítica de una manera tan contundente en la práctica y an los hechos a la par que en la teoría y en los estudios.
La difamación de la que es objeto el nacionalsocialismo no conseguirá cambiar en nada este proceso. Los estadistas del mundo entero saben perfectamente que la Historia de los últimos 80 años es una fábula inventada por los vencedores de la II Guerra Mundial para intentar una justificación de sus actitudes. No hay un sólo estadista de cierta envergadura que no sepa, o que no sospeche con fundadas razones, que los verdaderos responsables por la II Guerra Mundial fueron las plutocracias y el marxismo, manipuladas desde una misma Central de Poder. Todo estadista lo sabe porque, cada vez que intenta defender los legítimos intereses de su Pueblo, choca contra exactamente las mismas fuerzas que provocaron aquella II Guerra Mundial, Y si no choca contra ellas es porque está al servicio de las mismas, de manera que no puede sino enterarse de todos modos.
Los estadistas saben que la Historia obsecuentemente repetida por los canales masivos de difusión manejados por un periodismo mendaz o asalariado – según los casos— no es más que una cortina de humo detrás de la que se esconden los verdaderos responsables de la bancarrota actual. Los que todavía desconocen la verdad – aunque también están comenzando a sospecharla – son los Pueblos. Las masas todavía prestan ojos y oídos a la fábula hollywoodense de un Hitler enloquecido, con las manos manchadas de sangre de millones de víctimas. Pero hasta en las masas comienza a crecer la duda. ¿Acaso las supuestas víctimas del nazismo han demostrado ser mejores?. ¿Acaso las masacres de Deir Yassin, Sabrá y Shatila no revelan que los enemigos biológicos del nacionalsocialismo tienen por lo menos la misma capacidad para cometer barbaridades que la que se le adjudica a los nacionalsocialistas para ajusticiarlos luego por supuestos crímenes contra la humanidad?. ¿Acaso en la Alemania nacionalsocialista o en la Italia fascista existía la pornografía, la drogadicción, la criminalidad, la subversión, la desesperación mental y emocional o la resignación apática que pululan hoy en los grandes países capitalistas?. Las preguntas podrían multiplicarse por millares.
Decididamente, el futuro de Occidente no será fácil. Pero el hecho es que nunca lo ha sido. Los Hombres que crearon y fundaron nuestra civilización y nuestra cultura no lo hicieron desde un lecho de rosas. La lucha contra la adversidad es la gran constante de nuestra Historia. Precisamente por eso estamos orgullosos de nuestros antepasados y por eso valoramos tan alto nuestra Tradición. Las generaciones que nos precedieron gastaron sus vidas y vertieron su sangre persiguiendo el ideal de un mundo más justo, más bello y más pleno de posibilidades. Nuestro Deber es no defraudar a nuestros antepasados. Porque, de hacerlo, nos estaríamos defraudando a nosotros mismos y llegaríamos inevitablemente a la triste situación de no poder soportar los reproches de nuestros hijos.
Un mundo infinitamente mejor que el actual es perfectamente posible a condición de que exista la sincera voluntad de construirlo. Y a condición también, naturalmente, de que la tarea sea encarada por la gente que en absoluto tiene la capacidad para realizarla. El desafío está lanzado. Occidente aún no ha librado su Batalla Final.
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