Descripción
Hans-Ulrich Rudel , autor de este libro autobiográfico, inició la Segunda Guerra Mundial con el grado de subteniente y la acabó con el de coronel de la Luftwaffe. Según sus instructores, no se encontraba entre los individuos mas dotados para el pilotaje, no pasaba de ser una medianía. Le hubiera gustado pilotar un avión de caza pero tuvo que adaptarse a los Stukas, bombarderos que, al principio le parecieron pesados y poco manejables. No obstante, en ellos realizo 2.530 vuelos de guerra, con el resultado de la destrucción de 500 tanques rusos y el hundimiento del acorazado Marat. Al final de la guerra acabó con la única pierna que le quedaba escayolada. Fue el soldado mas condecorado de Alemania.De una página del libro: …Picamos, el uno detrás del otro, en un ángulo que debe oscilar entre los 70 y 80 grados. Ya el «Marat» se encuadra en el visor, se agranda, se hace enorme. Todos sus cañones están apuntados directamente a nosotros y tenemos la impresión de precipitamos hacia un muro de fuego. Tanto peor, hay que pasar; si lo conseguimos, la infantería no se verá detenida a lo largo de la costa y pagará menos caro cada pulgada de terreno. De repente abro desmesuradamente los ojos: el aparato del capitán, del que estoy separado por sólo algunos metros, parece que literalmente me deja en el sitio. En pocos segundos lo veo ya lejos. ¿Es que en el último momento ha recogido los frenos para llegar más aprisa abajo? Naturalmente, lo imito de nuevo; a toda velocidad me precipito sobre la cola del avión delante de mí. Y entonces me doy cuenta de que mi avión es más rápido y que no puedo hacerme con él. En el instante de alcanzar a mi jefe percibo, justo delante de mí, la figura lívida del subayudante Lehmann, el ametrallador del capitán. Cree que de un momento a otro mi hélice cortará el timón de su aparato. Con toda mi fuerza empujo la palanca para acentuar mi ángulo de caída; debo de estar casi vertical. Un sudor glacial se desliza por mi espalda. El avión del capitán está exactamente debajo del mío. ¿Pasaré sin tocarlo, o iremos los dos a abatirnos en llamas?…Otro pasaje: …Hecho curioso: la idea de rendirme pasivamente ni siquiera cruza por mi mente; en lo único en que pienso es en escapar, aunque sólo tenga una probabilidad entre cien de conseguirlo. En ningún caso quiero ser prisionero de los soviets; se pondrían muy contentos de tenerme. Prudentemente, vuelvo la cabeza para ver si detrás de mí la vía está libre; en seguida los tres rusos sospechan algo y uno de ellos grita “¡stoy!”(¡alto!). Tanto peor, me bajo bruscamente al mismo tiempo que giro sobre mis talones y me pongo a correr, zigzagueando sin cesar. A mi espalda se oyen tres detonaciones simultáneas y en seguida la metralleta empieza a escupir sus ráfagas. Siento un dolor lacerante en la espalda, pero continúo corriendo como una liebre, siempre zigzagueando; alcanzo la cima de una colina mientras las balas pasan silbando a izquierda y derecha. Los rusos me persiguen con una tenacidad desagradable: corren, se paran para tirar, vuelven a correr, se paran otra vez, disparan y no me atinan. Nunca hasta ahora había hecho un “sprint” parecido; es una pena que no haya un cronometrador en los alrededores, estoy ciertamente a punto de batir el record de los 400 metros. A cada paso, la sangre brota de mi espalda, debo luchar contra el desvanecimiento; un negro velo cruza ante mis ojos, aprieto los dientes diciéndome que el destino abandona sólo a aquellos que se abandonan a sí mismos.
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