Descripción
¿Qué es esa impotencia que paraliza a nuestros pueblos y que los cobardes llaman «tolerancia»? ¿Qué es esa renuncia que pudre la voluntad y que los traidores denominan «prudencia»? ¿Qué es esa resignación que quiebra el valor y que los pusilánimes loan como «sensatez»? ¿Qué es esa mentira que no cesa de presentar todo lo que es falso como arquetipo de lo bueno, persiguiendo y reprimiendo a la vez todo aquello que es verdad? ¿Qué sacrílego Dios ha roto el pacto de amistad entre el hombre y la naturaleza? ¿Qué sentido debe darse a los valores existenciales que no se miden por las acciones del espíritu o del carácter sino que se pesan en las balanzas del mundo de los mercaderes? ¿De qué pantanos del espíritu se alza ese constante renegar de sí mismo, esa autocensura de la propia identidad, del Yo originario, esa concepción patológica de asumir la propia particularidad y la propia originalidad sólo a través del remedo del Otro? Todo un cúmulo de problemas se cierne sobre el yermo de una espiritualidad contemporánea allanada, domesticada. Nosotros estamos decididos a desenredar la maraña. Es necesario destruir las raíces de una epidemia que amenaza a la totalidad del planeta y que se llama «Civilización Occidental». Ya Julius Evola nos anticipaba que ésta «ha llevado a cabo la más absoluta perversión del orden razonable de las cosas. Reino de la materia, del oro, de la máquina, del número, en ella no hay ya ni aire, ni libertad, ni luz».
La mentira igualitaria propone una democracia sin «demos», pues ha demolido la integridad democrática del Estado al eliminar progresivamente el modelo helénico, fundado sobre los principios orgánicos y culturales del Demos (del Pueblo), y sustituirlo simplemente por la voluble y cosmopolita institución del Parlamento. Quiebra la integridad constitucional del Estado al exigir que todas las naciones del mundo deberían transformar progresivamente sus constituciones según el modelo de un «Nuevo Orden Mundial». Finalmente, trastoca las dos últimas integridades del Estado, las de carácter esencial: la integridad territorial y la integridad étnica, que de ella depende.
El supuesto progreso nos lleva a la catástrofe. Cuando un pueblo ya no encuentra en sí mismo ni el fundamento de su existencia ni de sus creencias, o en otros términos, cuando dicho pueblo ya no se basta a sí mismo, está maduro para caer en dependencia y en la esclavitud y en ese preciso instante da comienzo su decadencia.
Detrás de la pantalla multicultural se exhorta a Europa a transformar su mentalidad, acallando así la esencia viva de su especificidad, apagando así la mirada politeísta de los claros ojos de Atenea y borrando incluso el recuerdo de aquella voluntad de autodominio que siempre ha alimentado e inspirado al auténtico hombre de cosmovisión indoeuropea.
El sistema todo considera a la idea identitaria como una amenaza intolerable. Esto es lógico: realidad biocultural constituye la única realidad que en un mismo instante amenaza a todas las cabezas de los dogmas universalistas: la cabeza mesiánica del judeocristianismo, la cabeza ideológica del liberalismo, la cabeza económica, individualista, tecnocrática y plutocrática.
Sin un regreso a nuestra tradición indoeuropea no habrá ninguna liberación, ninguna verdadera reconstrucción, no será posible la conversión a los verdaderos valores del espíritu, de la potencia, la jerarquía y del Imperio.
Pierre Krebs —uno de los más preparados académica e intelectualmente y uno de los más activos filósofos de la «Nueva Cultura»— ofrece al lector todas las razones para tomar partido por el derecho a la diferencia, que no es sino el presupuesto fundamental tanto de la tolerancia y del renacimiento cultural como de la libertad y la vida.
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