Descripción

En ocasiones, al contemplar la vida de los Santos, podemos caer en la tentación de creer que no eran seres humanos como nosotros. Con frecuencia se nos han presentado como personas dignas únicamente de admiración, mas no de imitación, alejadas por completo de nuestra realidad y de los vaivenes de la cotidianidad, como hombres y mujeres impolutos y tan elevados que -¿cómo negarlo?- llega a dar la impresión de que la Santidad es imposible.

Sin embargo, si bien todos ellos se distinguieron por amar a Dios por encima de todo y al prójimo como a ellos mismos, y por poner la salvación de alma en primer lugar, la verdad es que fueron de carne y hueso, con temores, aspiraciones, sueños, alegrías y pesares. Ni siquiera los Mártires, cuya existencia terrena fue truncada en aras de la defensa de la Religión Católica, y cuya fidelidad a Cristo fue rubricada con propia sangre y la oblación de su vida, fueron ajenos a tales vivencias y sentimientos.También ellos tenían familia, amigos, proyectos, estudios, ocupaciones e incluso, en algunos casos, una relación de noviazgo y planes de matrimonio. Pero supieron -allí estriba la diferencia con el resto, porque no cualquiera procede así- sacrificar todo eso por un ideal más grande: el Cielo.

En este libro podrás conocer, narrada en primera persona, la historia de dos de estos Héroes de la Catolicidad, dos hermanos que compartieron, además del vínculo de la sangre, la gracia del martirio. Uno era un empleado reservado y serio, pero sumamente gentil; el otro, un estudiante de medicina alegre y bromista, poseedor de muchos amigos. Con base en una exhaustiva investigación documental, histórica y genealógica, llena de datos hasta ahora inéditos, sé testigo y parte de las experiencias de estos dos chicos, ahualulcenses de origen y radicados en Guadalajara, miembros de una familia extraordinaria, que dieron elocuente testimonio de sus creencias y de su fe en el Señor en la época de la persecución religiosa en México y la Cristiada y que, sin claudicar en el momento de la prueba, murieron generosamente por el mayor de sus amores, Dios, con la Cruz junto al corazón.